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OPINIÓN - LUNES, 16 DE ABRIL DE 2007

 
OPINIÓN / EL MAESTRO

¡Todo a 10!

Por Andrés Gómez Fernández


La puntuación “cero” ha sido apartada de las calificaciones escolares, después de muchos años –posiblemente algunos siglos- de estar presente en las mismas. ¡Adiós, pues, al “cero”! Ha sido sustituido por el “uno”. ¿Razones?: el “cero” siempre ha sido una nota “maldita”, que ha traumatizado a muchas generaciones de escolares. ¿Cuántos alumnos al conocer su “cero” irrumpieron en un llanto inconsolable? ¿Cuántos se vieron privados de sus caprichos? ¿Evitará su supresión el “enorme drama” que les tocó vivir? ¿Es solución para conseguir el equilibrio emocional de los alumnos? ¿Estarán, también, los padres satisfechos?

En mi modesta opinión, nada cambiará. Todo seguirá igual. Ahora ha sido sustituido por el “uno”, que pasará a ser “el malo de la película”, aunque cumplirá dignamente con su nueva función, ya que ni siquiera podrá cortar el “fracaso escolar”. Los responsables educativos, al ver que nada positivo se habrá conseguido, recurrirán al “dos”… y así sucesivamente, hasta llegar al “diez”. ¿Se imagina el enseñante cuando un alumno, que con muchos esfuerzos, en una prueba escrita, sólo escriba su nombre, y tenga que calificarlo con un “diez”?. Claro, que esto sería una exageración. En mi larga carrera docente, he tenido la “suerte” de observar las distintas reacciones producidas en un alumno cuando su examen no ha sido satisfactorio. Bien es cierto, que el “cero”, justo “premio” a lo realizado por él, no desencadenaba ningún tipo de frustración. ¡Me lo he merecido! – exclamaba. En algunos casos (ejercicios en blanco) no se producían los clásicos “regateos” para mejorar la nota. Pero, he de decir, que también notas positivas, como por ejemplo un “cinco”, en aquellos alumnos empollones, si que se lamentaban, incluso, en el caso de algunas chicas sobre todo, llegar a provocarles algunas lagrimitas.

En aquellos casos de alumnos desmotivados, el “cero” no significaba absolutamente preocupación. En el momento de analizar las causas del bajísimo rendimiento, se limitaban a decir: “Me da igual… yo no voy a seguir estudiando”; “Póngame otro, con una sola ‘rueda’ no camina un carro”; “Mejor para mí, soy coleccionista de ceros”… El caso daba la impresión que se había resuelto, con el “retiro” implícito del “cero”, con la aparición de las formas ‘necesita mejorar’ (N.M.) y ‘progresa adecuadamente’ (P.A.), prestándose a todo tipo de interpretaciones. Por ejemplo, un “NM” nunca se entendía como un “cero”, siempre se comparaba con un “cinco”; con respecto al “PA”, la interpretación era un “Sobresaliente”. El niño llegaba a su casa con todas las áreas evaluadas con “PA”, y el mismo decía: ¡Papá, mamá, todas Sobresalientes!

Cuando llegaba el final de curso, al ser calificado con “NM”, ya no se podía precisar si el proceso había finalizado, cuando lo correspondiente hubiese sido “No mejoró”, quedando pues, para un nuevo proceso; en el caso del “PA”, lo correcto sería “Progresó”, quedando apto para su correspondiente promoción. Pero se dio entrada, parcialmente a la LOCE, y se recuperaron las calificaciones numéricas, gozando el “cero” de su anterior protagonismo, para ser “defenestrado”, generando la satisfacción de aquellos “anticeros”.

Lo que si resulta significativo es el método utilizado en algunos colegios de Andalucía, ya que en ese “tira y afloja” de los dos sistemas de calificación, para contentar a todos –con la exclusión del cero- se utilizan conjunta y armónicamente las dos. Por ejemplo, cuando se produce un “PA”, junto a él puede aparecer un “siete”, un “ocho”, etc. Con lo cual se aclaran las calificaciones.

Si todos estos cambios –y los que vendrán- van a servir para mejorar la autoestima del alumno, bienvenidos sean. Pero, vuelvo a repetir, que sólo sirven para desviar la atención de todos.
 

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