La puntuación “cero” ha sido apartada de las calificaciones
escolares, después de muchos años –posiblemente algunos
siglos- de estar presente en las mismas. ¡Adiós, pues, al
“cero”! Ha sido sustituido por el “uno”. ¿Razones?: el
“cero” siempre ha sido una nota “maldita”, que ha
traumatizado a muchas generaciones de escolares. ¿Cuántos
alumnos al conocer su “cero” irrumpieron en un llanto
inconsolable? ¿Cuántos se vieron privados de sus caprichos?
¿Evitará su supresión el “enorme drama” que les tocó vivir?
¿Es solución para conseguir el equilibrio emocional de los
alumnos? ¿Estarán, también, los padres satisfechos?
En mi modesta opinión, nada cambiará. Todo seguirá igual.
Ahora ha sido sustituido por el “uno”, que pasará a ser “el
malo de la película”, aunque cumplirá dignamente con su
nueva función, ya que ni siquiera podrá cortar el “fracaso
escolar”. Los responsables educativos, al ver que nada
positivo se habrá conseguido, recurrirán al “dos”… y así
sucesivamente, hasta llegar al “diez”. ¿Se imagina el
enseñante cuando un alumno, que con muchos esfuerzos, en una
prueba escrita, sólo escriba su nombre, y tenga que
calificarlo con un “diez”?. Claro, que esto sería una
exageración. En mi larga carrera docente, he tenido la
“suerte” de observar las distintas reacciones producidas en
un alumno cuando su examen no ha sido satisfactorio. Bien es
cierto, que el “cero”, justo “premio” a lo realizado por él,
no desencadenaba ningún tipo de frustración. ¡Me lo he
merecido! – exclamaba. En algunos casos (ejercicios en
blanco) no se producían los clásicos “regateos” para mejorar
la nota. Pero, he de decir, que también notas positivas,
como por ejemplo un “cinco”, en aquellos alumnos empollones,
si que se lamentaban, incluso, en el caso de algunas chicas
sobre todo, llegar a provocarles algunas lagrimitas.
En aquellos casos de alumnos desmotivados, el “cero” no
significaba absolutamente preocupación. En el momento de
analizar las causas del bajísimo rendimiento, se limitaban a
decir: “Me da igual… yo no voy a seguir estudiando”;
“Póngame otro, con una sola ‘rueda’ no camina un carro”;
“Mejor para mí, soy coleccionista de ceros”… El caso daba la
impresión que se había resuelto, con el “retiro” implícito
del “cero”, con la aparición de las formas ‘necesita
mejorar’ (N.M.) y ‘progresa adecuadamente’ (P.A.),
prestándose a todo tipo de interpretaciones. Por ejemplo, un
“NM” nunca se entendía como un “cero”, siempre se comparaba
con un “cinco”; con respecto al “PA”, la interpretación era
un “Sobresaliente”. El niño llegaba a su casa con todas las
áreas evaluadas con “PA”, y el mismo decía: ¡Papá, mamá,
todas Sobresalientes!
Cuando llegaba el final de curso, al ser calificado con
“NM”, ya no se podía precisar si el proceso había
finalizado, cuando lo correspondiente hubiese sido “No
mejoró”, quedando pues, para un nuevo proceso; en el caso
del “PA”, lo correcto sería “Progresó”, quedando apto para
su correspondiente promoción. Pero se dio entrada,
parcialmente a la LOCE, y se recuperaron las calificaciones
numéricas, gozando el “cero” de su anterior protagonismo,
para ser “defenestrado”, generando la satisfacción de
aquellos “anticeros”.
Lo que si resulta significativo es el método utilizado en
algunos colegios de Andalucía, ya que en ese “tira y afloja”
de los dos sistemas de calificación, para contentar a todos
–con la exclusión del cero- se utilizan conjunta y
armónicamente las dos. Por ejemplo, cuando se produce un
“PA”, junto a él puede aparecer un “siete”, un “ocho”, etc.
Con lo cual se aclaran las calificaciones.
Si todos estos cambios –y los que vendrán- van a servir para
mejorar la autoestima del alumno, bienvenidos sean. Pero,
vuelvo a repetir, que sólo sirven para desviar la atención
de todos.
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