Los nacionalistas vascos y
catalanes -los gallegos siguen aún con sus instintos
larvados- nunca dejarán de abominar de todo lo español. Y
esa aversión que sienten por la lengua y por los símbolos de
España, no debería ser motivo, a estas alturas, de ningún
tipo de debate. Puesto que no se puede exigir afecto allí
donde el desafecto reina como distintivo de cuantos no
quieren ser españoles.
Los símbolos nacionales son aquellos que un país adopta para
representar sus valores, metas, historia o riquezas y
mediante los cuales se identifica y distingue de los demás;
además de aglutinar en torno a ellos a sus ciudadanos y
crear un sentimiento de pertenencia. Con lo cual la cuestión
está más que clara. Los nacionalistas vascos y catalanes
tienen con España el mismo problema, un poner, que esos
hombres o esas mujeres obligados a casarse con quienes
detestan y a los que se les impidiese el derecho a
divorciarse. De ahí que sea una pérdida de tiempo el poner
el grito en el cielo cada vez que los tales nacionalistas
tratan de zaherirnos con sus desplantes y sus faltas de
respeto.
De hecho, ya Ortega y Gasset habló de que España tenía que
acostumbrarse a conllevar, en su acepción de soportar, a
Cataluña. Es decir, a los catalanes nacionalistas. A
quienes, desde que nacen, comienzan a inculcarles que ser
español es lo último que se puede ser en esta vida.
Algo así es lo que debió decirles el entrenador de ese
equipo de benjamines del Barcelona a los chavales para
convencerles de que no salieran al césped hasta que hubiera
finalizado el himno nacional. Un himno que los niños del
equipo valencianista, sus adversarios, oyeron en un campo
portugués, con la emoción que tal ceremonial debe causar a
los ocho años.
El caso ha propiciado ya algunos comentarios, pocos, por
supuesto; porque, al margen del hastío que las acciones
catetas y reiterativas producen, no es menos cierto que
tampoco corren buenos tiempos, en relación con los símbolos,
en la Federación Española de Fútbol.
Lo sucedido, y publicado a finales de marzo y principios de
abril, lo tengo escrito en la libreta donde suelo mantener
los datos que pueda ir necesitando en el momento adecuado. Y
en vista de lo ocurrido en Portugal con el himno, he
decidido referir el asunto de la bandera española, durante
una conferencia de prensa dada por Luis Aragonés. El viernes
anterior al enfrentamiento con los daneses, los periodistas
observaron que en el salón donde apareció el seleccionador,
estaba la bandera de Andalucía, la de Canarias y la
Cántabra; la de Extremadura, la de la Rioja, la de Navarra,
la de Galicia. Estaban todas, a excepción de la bandera de
España.
Preguntado al respecto Jorge Carretero, portavoz de la FEF,
dijo lo siguiente: “La falta de la bandera no era debido a
un complot o a la mala fe sino a que ese mismo día, una
empresa extranjera que había alquilado el local de al lado
para impartir unos cursillos había pedido la bandera y la
federación, solícita donde las haya, se la había cedido y no
la habían devuelto”.
Los periodistas le recordaron al portavoz que lo mismo había
ocurrido en el mes de diciembre pasado, durante la
celebración de la copa navideña ofrecida a los medios. Y que
en esa fecha alegaron que había bandera, pero que ésta
carecía de mástil donde colocarla.
Que a Ángel María Villar, vasco él, no le importen que esos
hechos se produzcan en la FEF, no me causa ningún motivo de
preocupación. Pero que al presidente de la Federación de
Fútbol de Ceuta y Melilla, con lo que es él para estas
cosas, no se le haya oído decir ni pío al respecto, más que
extrañeza me causa risa. Y es que el miedo, a según que
cosas, es libre y hasta perdonable.
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