Eduardo Hernández, allá en
sus días de contertulio capaz de reunir lo más granado de
Ceuta a su alrededor, en El rincón del Hotel La Muralla,
tuvo a bien hablar de Juan Vivas: “Ese muchacho, tal
y como actúa, día llegará en el cual ocupe una posición
destacada en esta ciudad”.
Tras la sentencia de quien gustaba jugar a predecir el
futuro, a mí, recién llegado a la ciudad, se me despertó
cierto interés por conocer a la persona de la que tanto y
tan bien hablaban los políticos de aquella época. Más de una
vez he dicho que a Ricardo Muñoz, siendo alcalde, no
se le caía de la boca el nombre de JV.
Lejos estaba yo de pensar, entonces, que, además de conocer
al tan alabado funcionario, iba a tener con él relaciones
profesionales. Unas relaciones de años, en cuestiones
deportivas, cuyos resultados fueron siempre nefastos para
mí. Lo cual me hizo decirle a Eduardo Hernández: Juan Vivas
llegará a ser un personaje destacados de esta ciudad, sin
duda; pero a mí me conviene, cuanto antes, perderlo de
vista. De lo contrario, voy a terminar desnortado.
Aquellos problemas, entre el Vivas funcionario y yo, pudo
generar un odio brutal entre nosotros; una aversión
enquistada entre ambos; una inquina de las que suelen darse
cuando una de las partes se siente avasallada y sometida a
un trato inmerecido. Y la otra cree, a pie juntillas, que ha
defendido a la empresa representada por cualquier medio a su
alcance.
Pues bien, nada de ello ocurrió. Es decir, el sentimiento
profundo de repulsión que debía haber aflorado entre partes
no llegó a producirse. Aunque mentiría si no dijera que
nuestras relaciones se rompieron durante años. De no haber
sido así, es porque seguramente yo tendría madera de santo.
Y no era, ni es, mi caso.
A partir de esos desencuentros, yo comencé a escribir en los
periódicos y él se iba preparando para, llegado su momento,
convertirse en lo que es actualmente: el político más
valorado de esta ciudad. Y uno de los más considerados y
apreciados, en la calle de Génova.
Con lo reseñado -que no es todo, sino un pasar por encima de
unas relaciones que bien pudieron causarme un daño mayor, de
no disfrutar yo de una forma de ser capaz de afrontar
estoicamente los momentos indeseados-, cualquier otro
estaría arremetiendo, un día tras otro, contra el candidato
a la presidencia del Partido Popular, en Ceuta. Puesto que
me sobran razones morales y recuerdo pérdidas materiales,
más que suficientes para impedirme el tener la menor
predisposición favorable hacia Juan Vivas.
Alguien podría alegar que el medio donde me permiten
escribir, no vería con buenos ojos que en este espacio yo le
zurrara la badana a Juan Vivas, cada dos por tres. Cierto.
Pero tampoco es mentira que a mí nadie me puede obligar a
que le haga el artículo.
Por lo tanto, mi situación me permite defender la
candidatura de JV: porque mi adhesión no es sospechosa. De
ningún modo. Mucho menos, cuando he dado ya muestras
evidentes de que nada tengo que agradecer ni a populares ni
a socialistas. Y, desde luego, confieso que hay personajes
en el Partido Popular que no cuentan con mis simpatías. Por
razones varias. Y porque quienes tenemos más pasado que
futuro sabemos muchas cosas. Que conviene callar... aunque
nunca olvidar.
Escribir del poder está bien visto cuando quien lo hace
procura brearlo, y resulta sospechoso si a los gobernantes
se le reconocen los méritos. En el caso de Juan Vivas, yo
seguiré defendiendo su candidatura por pragmatismo. Por ser
lo mejor para esta ciudad. Sin embargo, sigo pensando que
los candidatos que le acompañan han sido elegidos para mejor
honra y gloria de quien los maneja. Y a otra cosa, mariposa.
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