Pasada la Semana Santa, donde las
aguas torrenciales de la primavera rompieron ilusiones y
causaron lloros entre cofrades desesperanzados por no ver
sus imágenes transitar las calles, nos hemos metidos de
lleno en tiempo de campaña electoral. Mejor dicho, y válgame
el símil futbolístico, estamos en la pretemporada de una
batalla que se percibe dura, compleja y peligrosa.
De momento, las declaraciones de Eta habrán conseguido que
los miembros del Gobierno estén ya sudando la gota gorda.
Con ese sudor frío que produce el acoquinamiento. Puesto que
un atentado, en época tan crucial, podría repercutir en las
urnas a favor del Partido Popular. Y este primer paso, de
enorme importancia, sería el anuncio cantado de una derrota
de los socialistas en las elecciones generales. De ahí que
no haga falta ser pitoniso para decir que la jindama estará
reinando ya en el Palacio de la Moncloa. No es para menos.
Donde no debería haber jindama es en el entorno de Juan
Vivas. Debido a que se percibe, claramente, una nueva
victoria suya. Con él, el sufragio en Ceuta tiene más trazas
de ser restringido que universal. Porque aquí hay una
mayoría casi absoluta de electores que deposita su voto en
razón de la confianza que tiene en las cualidades personales
del candidato. Al margen, cierto es, del clientelismo
obtenido durante los años de Gobierno, y que su partido
mantiene bajo el ordeno y mando de su presidente. El del
partido, claro.
Lo de Juan Vivas, digan lo que digan sus adversarios y
algunos de los propios, es un fenómeno político que tardará
en repetirse cuando él decida retirarse de esta actividad.
Su facilidad para encandilar a las gentes es tan manifiesta
cual inexplicable, en muchos sentidos.
Por lo tanto, lo mejor es asumir que JV goza de todos los
valores que los ciudadanos desean que tenga el presidente de
la Ciudad. Y si no se mira desde ese punto de vista, uno
puede caer en la tentación de meterse en cavilaciones
absurdas que conducen, irremediablemente, a hacer más grande
la confusión mantenida al respecto.
Poco importa, sin ningún género de dudas, que el partido
anuncie, a bombo y platillo, que dentro de pocos días se
sabrán los nombres de quienes van en una lista de la que se
ha venido hablando como si fuera un secreto regio. Pues los
componentes de ella, con todos mis respetos, no dejarán de
ser meros acompañantes alrededor de una figura estelar de
este pueblo. Y es así, redoblo el tambor, por haberlo
querido una gran mayoría ciudadana.
En cuanto a los demás candidatos, insisto: todos ellos, sin
distinción que valga, no dejan de ser un conjunto de
gregarios, en su apropiada acepción, más o menos avispados,
aunque carentes de cualquier iniciativa o de reconocimientos
destacados. Hasta el punto de que si se pudiera votar sólo a
una persona y a ésta se le concediera el derecho de elegir,
luego, a sus colaboradores, seguro que el ganador, con gran
diferencia, sería también Juan Vivas. E incluso se podría
dar el caso de que el éxito fuera más rotundo que
participando con las siglas del PP.
En lo tocante a cómo se presentan las elecciones, en
relación al número de votantes que acudirá a las urnas, creo
que la participación no será masiva. Debido a que en esta
ciudad, afortunadamente, no existe un clima de confrontación
capaz de espabilar a quienes no son votantes habituales.
Una situación, según mi modesta opinión, nada contraria a
los intereses del PP. Pues es bien sabido que las afluencias
masivas a las urnas se deben por descontento generalizado
con el Gobierno o porque los no votantes han sido captados
por unos engañabobos. Acuérdense, si no, de la campaña del
GIL. De tan infausto recuerdo para esta ciudad.
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