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OPINIÓN - MARTES, 10 DE ABRIL DE 2007

 

OPINIÓN / SNIPER

Topónimos y rusticidades
 


José Luis Navazo
jlnavazo@telefonica.net
 

Hay dos formas, en mi caso, de escribir y dado que estoy a más de mil cien kilómetros de Ceuta, ciudad querida, intento aprovechar los recursos locales aunando, como suele decirse, el culo con las patas. Dicho de una forma más fina: la consulta a la biblioteca con la investigación de campo. Como su nombre indica la toponimia hace referencia al origen y significado de los nombres de un lugar, así que a fin de ser fiel a mí destino asumiendo el gastado papel de “alcántara” (castellanizada palabra árabe –y topónimo evidente- que significa “el puente”) sigo “p´alante”. Ocurrióseme felizmente este artículo tras un chapuzón en las frías aguas del Agüeira, a su paso bajo el puente de La Coba y mientras les explicaba a mis catorce compañeros de aventuras de estos días la comarca que atravesábamos. Cerca de setenta kilómetros en cuatro espléndidos días de primavera, en los que el arriba firmante hizo cumplido honor a las características de su zodiaco (“Capricornio”, ¡qué otra cosa podía ser), retozando cual macho cabrío (popularmente conocidos como “cabrones”) entre riscos y veredas, a la fresca sombra de robles, castaños y abedules que, por estas bellas y agrestes tierras del norte asturgalaico, llámense “vidueiras”.

¿Han buceado ustedes en el significado de sus apellidos?. Háganlo, es muy divertido aunque en Europa, más tarde o más temprano, podemos encontrarnos con un gabacho en el baúl de la bisabuela, fruto de los apasionados amores de alguna de nuestros ancestros con un bizarro y lujurioso guerrero napoleónico. Ni se asusten ni se ofendan. ¡Pasa en las mejores familias!. Volviendo a esta fértil, acogedora y tolerante tierriña, hay precisamente un jocoso dicho sobre amores presuntamente prohibidos (porque, como las “meigas”, haberlos habíalos) que decía: “En casa del señor cura dicen que solo hay una cama. Si en la cama duerme el cura, ¿dónde coño duerme el ama?.

En lo que Asturias se refiere, la otra parte histórica del país (la España mora) también dejó su huella en el subconsciente colectivo, aparte claro está de las ruinas del cementerio próximo a Luarca (la blanca villa de la Costa Verde, patria chica del Premio Nóbel Severo Ochoa) en la que están enterrados centenares de “Regulares” y “harkeños” caídos en la Guerra Civil. Así, en mi entrañable Gijonín (cariñoso diminutivo de Gijón) hay nada más y nada menos que dos calles conocidas como “De los moros” y “Munuza”, castellanizado de Muza; a la altura de Cadavedo está la pintoresca localidad de “Villademoros” y, casi en la visual desde donde escribo, a la altura del complejo de túmulos de Brañavella se encuentra, asómbrense, el galleguizado “Cortín dos Mouros”. Hablando con los paisanos resulta que lo más antiguo que recuerdan de la región no son, ni muchos menos, las peleonas tribus de pèsicos o astures ni, tampoco, la época romana: aquí, para decir de algo que es muy, pero que muy viejo o antiguo, dícese “del tiempo los moros”.

Acabo y vóime a por el reglamentario chupito de buen orujo a la cercana y rústica cantina, donde aun luce en su cerámica la célebre frase de Voltaire: “he decidido hacer lo que me gusta, porque es bueno para la salud”. Y si, amigos, os acercáis por estos lares pisar con respeto por los senderos, o dicho al modo romano: “Viajero, que de tu paso por el camino solo se sienta el liviano hollar en el césped alfombrado”.
 

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