Mi vecino y buen amigo, Antonio
“De la Antigua”, me sugería el otro día darme un paseo hasta
la vieja ermita de Vega del Carro, felizmente situada a unos
cien metros de casa, a ver que me parecían las obras de
restauración que estaban haciendo en la misma. A su vista
(¡cuántas noches vivaqueé a su vera!) parecía inevitable
recordar al maestro Asín Palacios y a una de sus obras, “El
Islam cristianizado”. Puede que el título parezca un
contrasentido o incluso, para tirios y troyanos, hasta una
desviación o herejía, pero puedo asegurarles libro en mano
que el profesor Asín (con cuyo nombre fue bautizado, durante
el Protectorado, el viejo colegio de Río Martín) sabía bien
de lo que escribía.
Efectivamente, la vertiente más simpática y noble de todas
las religiones pasa por la espiritualidad profunda y no, ni
mucho menos, por las apariencias o las obligaciones
normativas. Un cabalista hebreo, un místico cristiano o un
sufí musulmán es muy fácil que no encontraran muchos
problemas para entenderse. Cosa harto diferente son los
sabios y doctos, los teólogos de diferente pelaje y sus
gayolas mentales. ¿No les parece?.
Recordando los “morabos” magrebíes (entre ellos el cercano
santuario del “yebel” Alam, donde anualmente peregrinan
miles de ceutíes) parece inevitable plantearse la relación
entre el monacato y el Islam, que es abordada como otras
materias por esta importante religión (con más de 1300
millones de fieles) de una forma ambigua. Adentrándonos en
el Corán nos encontramos varios textos, la mayoría
explícitos, que hacen referencia a la cuestión: quizás las
aleyas más amables (son regularmente empleadas en el diálogo
islamo-cristiano) sean las de la sura ‘La mesa servida’, si
bien también en la sura “La luz” hay aleyas que muestran
cierta simpatía hacia los monasterios del desierto, aunque
algunos comentaristas musulmanes quieren ver en los mismos
las primeras mezquitas. Por otro lado la sura “El
Arrepentimiento” (Al-Tawba) es sumamente crítica hacia los
monjes, mientras que finalmente se condena sin paliativos el
movimiento monacal en la sura Al-Hadîd. ¿Con cuál de las
suras “descendidas” quedarnos?. Decía Hassán II, en su
taimada sabiduría, que en Marruecos la ley se aplicaba según
“el tiempo” (meteorológico supongo). En una primera
aproximación al Corán tal parece que, cuando Alá/Dios le
hablaba a Mahoma a través del ángel Gabriel, tenía en cuenta
también las circunstancias, para ser exactos “el tiempo”
histórico, de lo que hay numerosas evidencias.
Más tarde y lo largo del proceso de expansión del Islam,
comentaristas como Malki B. Anas o Al-Tabarî recomiendan
“olvidarse” de “los que dicen haberse recluido en nombre de
Dios” (en clara alusión a monjes y místicos), pero es el
gran teólogo y jurisconsulto Ibn Tamiya (fallecido en
Damasco en el 1328 de la Era Común) quien llegó a promulgar
una “fatwa” condenando sin paliativos el monaquismo. Quizás
la célula terrorista del GIA (Grupo Islámico Armado) que el
21 de mayo de 1996 asesinaba en el monasterio de Tibehrin a
siete monjes trapenses (los supervivientes viven actualmente
en el Atlas marroquí, cerca de Midelt), pudiera haberse
inspirado para su salvaje acción en este último autor.
¿Existen, por otro lado, monasterios de “monjes”
musulmanes?. Ciertamente. Pero de ellos (los “ribat”)
hablaremos otro día, así como de los “morabos” existentes en
Ceuta y Melilla.
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