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OPINIÓN - LUNES, 9 DE ABRIL DE 2007

 

OPINIÓN / SNIPER

Por el camino verde que va a la ermita
 


José Luis Navazo
jlnavazo@telefonica.net
 

Mi vecino y buen amigo, Antonio “De la Antigua”, me sugería el otro día darme un paseo hasta la vieja ermita de Vega del Carro, felizmente situada a unos cien metros de casa, a ver que me parecían las obras de restauración que estaban haciendo en la misma. A su vista (¡cuántas noches vivaqueé a su vera!) parecía inevitable recordar al maestro Asín Palacios y a una de sus obras, “El Islam cristianizado”. Puede que el título parezca un contrasentido o incluso, para tirios y troyanos, hasta una desviación o herejía, pero puedo asegurarles libro en mano que el profesor Asín (con cuyo nombre fue bautizado, durante el Protectorado, el viejo colegio de Río Martín) sabía bien de lo que escribía.

Efectivamente, la vertiente más simpática y noble de todas las religiones pasa por la espiritualidad profunda y no, ni mucho menos, por las apariencias o las obligaciones normativas. Un cabalista hebreo, un místico cristiano o un sufí musulmán es muy fácil que no encontraran muchos problemas para entenderse. Cosa harto diferente son los sabios y doctos, los teólogos de diferente pelaje y sus gayolas mentales. ¿No les parece?.

Recordando los “morabos” magrebíes (entre ellos el cercano santuario del “yebel” Alam, donde anualmente peregrinan miles de ceutíes) parece inevitable plantearse la relación entre el monacato y el Islam, que es abordada como otras materias por esta importante religión (con más de 1300 millones de fieles) de una forma ambigua. Adentrándonos en el Corán nos encontramos varios textos, la mayoría explícitos, que hacen referencia a la cuestión: quizás las aleyas más amables (son regularmente empleadas en el diálogo islamo-cristiano) sean las de la sura ‘La mesa servida’, si bien también en la sura “La luz” hay aleyas que muestran cierta simpatía hacia los monasterios del desierto, aunque algunos comentaristas musulmanes quieren ver en los mismos las primeras mezquitas. Por otro lado la sura “El Arrepentimiento” (Al-Tawba) es sumamente crítica hacia los monjes, mientras que finalmente se condena sin paliativos el movimiento monacal en la sura Al-Hadîd. ¿Con cuál de las suras “descendidas” quedarnos?. Decía Hassán II, en su taimada sabiduría, que en Marruecos la ley se aplicaba según “el tiempo” (meteorológico supongo). En una primera aproximación al Corán tal parece que, cuando Alá/Dios le hablaba a Mahoma a través del ángel Gabriel, tenía en cuenta también las circunstancias, para ser exactos “el tiempo” histórico, de lo que hay numerosas evidencias.

Más tarde y lo largo del proceso de expansión del Islam, comentaristas como Malki B. Anas o Al-Tabarî recomiendan “olvidarse” de “los que dicen haberse recluido en nombre de Dios” (en clara alusión a monjes y místicos), pero es el gran teólogo y jurisconsulto Ibn Tamiya (fallecido en Damasco en el 1328 de la Era Común) quien llegó a promulgar una “fatwa” condenando sin paliativos el monaquismo. Quizás la célula terrorista del GIA (Grupo Islámico Armado) que el 21 de mayo de 1996 asesinaba en el monasterio de Tibehrin a siete monjes trapenses (los supervivientes viven actualmente en el Atlas marroquí, cerca de Midelt), pudiera haberse inspirado para su salvaje acción en este último autor.

¿Existen, por otro lado, monasterios de “monjes” musulmanes?. Ciertamente. Pero de ellos (los “ribat”) hablaremos otro día, así como de los “morabos” existentes en Ceuta y Melilla.
 

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