“Respetuoso siempre, pero esclavo
jamás” es mi invariable contestación a un teléfono al rojo
vivo, mientras de frente y por derecho matizo
contextualizando a diestro y siniestro, pues hay fuerzas
oscuras que intentan manipular y sacar de contexto mis
palabras. ¿Mi compromiso?: la libertad. ¿Mi referente?: la
Carta de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y su canto
a la libertad de pensamiento y religión. A mis buenos amigos
moros, cuando sacan el tema, les hago invariablemente la
misma pregunta: “¿Naciones Unidas o Carta de Derechos
Humanos Islámicos de El Cairo?”. Ellos ya me comprenden y
ambos encontramos, al menos, un punto de partida.
Como buen español corre por mis venas sangre goda, hebrea e
íbero-beréber. Procedo de una familia católica con muy
posibles antecedentes “marranos” y “andalusíes”. Tengo, de
hecho y pronto de derecho, familia mora (marroquí para más
señas) dentro de casa. ¿En qué enferma cabeza cabe que
tuviera intención de insultar a los que forman parte de mí?.
¿Ofender a mis amigos judíos, cristianos, musulmanes?. ¡Cómo
podría mirarles a la cara!. Inspirando el aire fresco y puro
de las montañas, asomado al portucho de las antiguas cuadras
que aun lucen en sus paredes el nombre de mi viejo y leal
caballo, “Tetuán”, me pregunto si acaso las buenas gentes de
la Paloma Blanca de la yebala pudieran acaso molestarse por
haberle puesto el nombre de la ciudad del Dersa al noble
bruto. ¡Así están las cosas!.
En cuanto a “provocaciones”, le explico mi posición con un
ejemplo a uno de mis mejores amigos musulmanes: si durante
el sagrado mes de Ramadán (y no hablo solo de Marruecos,
esto puede ocurrir en cualquier gueto europeo etnicotribal
de mayoría islámica, sin ir más lejos en algunos barrios de
Ceuta) a uno se le ocurre comer por la calle (y los “gauris”
tenemos derecho) o incluso dentro del coche, es percibido
como una grave ofensa. Pero que cualquier ciudadano no sea
libre de comer o lo tenga que hacer a escondidas, ¿qué
nombre le ponemos a eso?. En lo referente al Corán y sin
entrar en su génesis y estructura literaria o en las
curiosas condiciones de su revelación (“descendido” de una
vez durante la “Noche del Destino” o “tácticamente” y por
partes, de las que Aisha tendría mucho que decir),
convengamos con los expertos en que su comentario es
dificilísimo, pudiendo distinguirse hasta siete niveles de
interpretación. ¿Es prudente que algunas ‘suras’
particularmente problemáticas estén al alcance de
cualquiera?. Sugiero a muchos de mis amigos un ejercicio
didáctico: en ‘aleyas’ particularmente violentas, ¿porqué no
cambiamos las tornas sustituyendo ‘cristianos’ o ‘judíos’
por ‘musulmanes’?. Poneros en el otro lado: ¿cómo
reaccionaríais?. ¿Se imaginan lo que puede ocurrir con
ciertas ‘aleyas’ (los musulmanes saben cuales son) sacadas
de su contexto por cualquier inculto fanático?. ¿Quién y
cómo se las explica a los niños en las escuelas?. En cuanto
al Profeta, veamos: en España a cualquier persona venerada o
de fama religiosa reconocida, rápidamente se le llama
“santo”, de ahí que en una fecha tan señalada como el
“Moulud” decidiera yo, dadas las festivas circunstancias,
denominar coloquialmente así a Mahoma. La mala intención no
está en mis palabras, sino en la aviesa interpretación de
algunas mentes retorcidas y perversas.
Si nos ofendemos por una recreación literaria, ¿dónde queda
la libertad?. Si no admitimos las críticas, ¿dónde está la
tolerancia?. Convivir es asumir y respetar. Y yo sigo presto
a batirme porque, “el otro”, tenga el derecho y la
posibilidad de pensar de forma diferente a la mía. Esa es
precisamente la grandeza –y el Talón de Aquiles- de las
sociedades democráticas.
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