Hay que ver a la velocidad que
pasan los días o somos nosotros los qué pasamos, por la
vida, a una velocidad endiablada. Los días son siempre los
días y su velocidad al pasar es la misma en todas las épocas
del año. Los que, realmente, pasamos por este escenario del
teatro que es la vida, a una velocidad endiablada, somos
nosotros frágiles muñequitos de polichinelas manejados por
esa mano, que nos trae y nos lleva a su antojo.
No hace nada, algo así como un suspiro, estábamos hablando
de la Semana Santa pasada, y resulta que la de éste año ha
finalizado, sin que apenas nos hayamos dado cuenta de que ha
transcurrido un año entre una y otra. Y en nada, como quien
dice a la vuelta de la esquina, llegarán nuestras fiestas
patronales para, a renglón seguido, aparecer las navidades
y, de nuevo, un año al que diremos adiós para recibir a otro
nuevo, en el que volveremos a vivir las mismas estaciones
sin que nada cambie con el devenir de los tiempos.
La vida, la estancia del ser humanos en la tierra, no es más
que la aparición en un escenario preparado para que realices
el papel encomendado, y terminado el mismo hagas mutis por
el foro. Y, además, sin poderte salir del papel que se te ha
asignado y que es, el único que puedes interpretar. Pues, a
pesar de ser una actuación, en un escenario, no se te
permite ni meter, en tu interpretación, la menor “morcilla”
que te valdría para estar, algo más de tiempo, sobre el
escenario de la vida.
Por este entender que la presencia, de cualquier de
nosotros, sobre este escenario gigantesco que es nuestro
planeta para interpretar el papel que nos ha sido asignado,
no acierto a comprender ni la envidia, ni la ambición, ni el
odio que destilan algunos personajillos de medio pelo sobre
otros seres. ¿Para qué les vale todo eso si, al final,
cuando termine la interpretación que la ha sido asignada
dirá adiós?. Y, además, será un adiós con más pena que
gloria causada por la mala interpretación que ha realizado
en el papel encomendado recibiendo en ese adiós definitivo,
por parte del personal asistente al espectáculo, la repulsa
al mal recuerdo dejado.
Muchos personajillos, polítiquillos de medio pelo, a los que
la tómbola de la vida, les dotó de la gorra y el pito con
mando, siguen manteniendo el odio, el rencor, la envidia y
la ambición como únicas cualidades de sus personas, con las
que tratan de imponerse a los demás. Pobres diablos,
incultos y analfabetos que, al final, son víctimas de sus
propios rencores, odios, ambiciones y envidias puesto que,
en cuanto dejan de tener el pito y al gorra con mando, no
sólo son despreciados por aquellos enemigos que ellos se
crearon sino, también, por sus propios ”amigos”. Amigos que,
por ciertos, nunca lo fueron pero que tuvieron que
aceptarlos al convertirse, por circunstancias de la vida, en
estómagos agradecidos.
Ya lo dijo aquel: “quienes siembran vientos recogen
tempestades”. Y estos personajillos, politiquillos de medio
pelo a los que la tómbola de la vida les obsequió con el
pito y la gorra de mando, han sembrado demasiados vientos.
¿O no?
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