“Taxus bacata”, tal es el nombre
científico del tejo común, árbol de mitológica raigambre
enraizado en el substrato cultural profundo del totémico
sentir asturgalaico. A la copiosa sombra, “de la vida y de
la muerte”, de este soberbio ejemplar del reino vegetal me
acogí esta tarde para rumiar, en paz conmigo mismo y sentado
en una verde pradera, el artículo del pasado lunes día 2
(“Agnósticos y librepensadores, ¡presentes!”) en el que, con
vibrante talante, rompía una lanza buscando un hueco bajo el
sol para la progenie liberal entre la que, naturalmente y a
mucha honra, me encuentro. No me negaré a mi mismo cierto
sentido de la trascendencia, puesto que aunque no creo en
Dios suelo gozar de un buen trato con la Divina Providencia
(y el que quiera entender que entienda). Más aun: no tengo
empacho en reconocer que mi pierna derecha tiene cierta vena
mística pero la izquierda es una golfa perdida y así
andamos, de mata en mata y a saltos por la vida.
Decía el maestro Ortega que “la palabra es un sacramento de
muy delicada administración” pues, como la comida, a unos
puede gustarle el sabor mientras otros echan arcadas. No han
sido pocas las críticas que me han llovido encima (además de
la inclemente granizada de ayer a media tarde que me pilló
triscando por el monte) procedentes de las tres grandes
ramas del tronco abrahámico así como de las grandes
religiones institucionalizadas, cuando yo solo pretendía con
mi pobre vocabulario una llamada de atención, no sobre el
sentimiento religioso (que siempre he respetado
profundamente) sino sobre la interesada manipulación del
mismo por parte de los poderes con mando en plaza y que,
tradicionalmente, han demostrado muy poca vergüenza
histórica.
Cierto es y me afirmo: no creo que ninguno de los libros
sagrados sean ningún mensaje, ni directo ni inspirado, de
Dios. Por tanto, la deducción evidente es que no creo en los
llamados profetas. ¿Y?. Estoy en mi legítimo derecho a
pensar así.
La historiografía imperante (expresada en un clima que
garantice las libertades) apunta hoy día a cuestionar la
existencia del Moisés bíblico y una exégesis clara es
concluyente: Moisés no pudo ser el autor del Pentateuco.
¿Y?. ¿Acaso los hebreos fugados de Egipto no pudieran ser
los antiguos seguidores del fundador del monoteísmo solar,
Akhenatón?. En cuanto a Jesús, no es ni por asomo el
fundador de la “piedra” sobre la que se asienta el Vaticano,
eso es pura milonga para mentes crédulas o interesadas. ¿Y?.
En cuanto a la milenaria institución, “Con la Iglesia hemos
topado amigo Sancho, dijo Don Quijote”. Baste pues por
ahora.
En lo referente al Islam y al profeta Mohamed
(castellanizado Mahoma), revisaré pudorosamente mis notas
para el jueves.
|