Hagan el favor de no presionarme
psicológicamente, porque estoy estragaíta de la pechá de
procesiones que me pegué ayer lunes. ¿Qué no fue para tanto?
Vale, participé directamente tan solo en dos, pero le puse
un sentimiento infinito, “por ser Vos quien sois”. La
primera, como cada año, la salida del Santo Cristo amarrado
a la columna y María Santísima de la O, llamada cofradía de
los gitanos, porque es la de los calós. Túnicas moradas y
capuchas sin capirotes, cíngulos blancos y uso y abuso de
orfebrería hermosa, kilos y kilos de plata fina en velones,
portavelas, inciensarios, pebeteros… Y mantillas.
Innumerables gitanas de todas las edades elegantemente
ataviadas con trajes negros, de los que se hacen
expresamente para esta semana grande, con su poco de escote,
mucha manga de encaje, el escapulario al cuello, la peina
grande de teja y la mantilla amarrada al moño bajo con
adornos de brillantes y broche central rizando el rizo. Una
hermosura. ¿Qué si yo me visto de mantilla en “los gitanos”?
de treintañera sí y era capaz de hacer el recorrido sobre
los tacones, como manda la tradición. Ahora me pesan los
años y prefiero mezclarme a rezar, cantar y bailar con las
promesas, con el pueblo romaní que sigue a tropel al Cristo
y a la Madre tocando palmas por bulerías y aprovechando cada
parada para arrancarse a bailar en una improvisada zambra,
sin más candelas que los ciriales de los cientos de
nazarenos. Es arte por las calles, es homenaje bello de la
tierra y es devoción profunda hacia ese Cristo nuestro al
que llamamos “el Moreno” porque tiene la tez y el cuerpo
bronceado por mil soles de abril… Dos horas con los gitanos,
para cumplir la devoción y de allí, escopeteá, tomando
atajos por las callejuelas de una Málaga que, la voracidad
inmobiliaria nos quiere expoliar, hasta el barrio de la
Trinidad, que se dice Triniá, en busca de Nuestro Padre
Jesús Cautivo, ese que lleva en su cortejo a más de cien mil
penitentes. Entremezclada con los fieles que miraban al
cielo y hacían comentarios “¡Es que esta mañana ha llovío de
cojones!” “Aluego ha aclaráo pa ver al Moreno y al Cautivo”.
El Moreno de los calós, el Cautivo de quienes tienen una
pena y van a pedir o una alegría y van a agradecer.
Zigzagueo por las calles de esa Triniá que hace relamerse a
los promotores y que antaño tuvo corralones de una gracia
que quitaba el sentío ¡Maldita sea la consejería de
urbanismo y malditas recalificaciones!. No obstante, quien
tuvo retuvo y aún resta cierta magia y una casita hermandad
del Rocío con la Virgen en su hornacina, adornada de
claveles y la leyenda que he memorizado, año tras año, en
forma de plegaria “La Virgen del Rocío, no es obra humana,
que bajó de los cielos, una mañana. Eso sería, para ser
reina y madre de Andalucía” ¡Los pelos se me ponen como
escarpias de canturrear la copla en verso! ¿Qué pueden estar
leyéndome laicos y agnósticos? Pues que no me lean porque,
bastante tienen con lo que no tienen. Y además, siguiendo a
Nuestro Padre somos muchos creyentes y, en los Regulares de
Melilla, que desfilan como príncipes con sus capas blancas y
al son de la chirimía, hay mucho morito, es decir, que todos
los que vamos, somos creyentes, porque creemos en un mismo
Dios Todopoderoso y los agnósticos, se pueden ir a tomar,
mientras, tanto una tapa de cañaíllas y si no les gustan,
que se las metan por el trasero a modo de supositorio de
glicerina y que nos dejen en paz con nuestra cultura, con
esta Semana Santa que es la piel de nuestra tierra y que,
como piel que es, está llena de terminaciones nerviosas y se
estremece de emoción, siente escalofríos ante ese Cautivo
vestido de seda de piel de ángel, nívea como la espuma, que
flota andando por el puente de la Aurora, suena la chirimía,
se rompen las gargantas. Mi Moreno, mi Cautivo, la piel de
mi tierra… ¿Qué les voy a contar?.
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