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OPINIÓN - MARTES, 3 DE ABRIL DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Semana Santa
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

José Manuel Rincón es compañero en este periódico y con él suelo yo intercambiar impresiones casi todos los días. En ocasiones, muchas, nos gastamos bromas para darle un regate a la monotonía de los saludos de rigor. Solemos respetarnos los momentos en los cuales nuestros semblantes evidencian que no está el horno para bollos. Aunque bien pronto, a pesar de nuestros pesares, conseguimos romper el hielo y hasta nos reconfortamos en la medida que ambos podamos.

La Semana Santa es siempre un momento crucial en la vida de JMR. Se le nota a la legua que vive intensamente este tiempo de pasión. No hace falta ser muy observador para darse cuenta de que la llegada de la Pascua lo excita y le hace vivir días emocionantes.

Pepe, pues así lo suelo nominar yo, es el encargado de darle vida a todos los cuadernillos especiales y, por supuesto, es el hacedor de los suplementos de las fiestas y acontecimientos tradicionales. Ni que decir tiene que cada vez los hace mejor y suscita más interés.

Aun así, sería absurdo ignorar que Pepe siente debilidad por contarnos el desfile de cofradías de Penitencia por las calles de su pueblo. Tronos de andar pausado y mayestático, para pasear Vírgenes de Dolor y Cristos atormentados. Interrumpidos su caminar por la voz desgarrada que ofrece una saeta a fin de romper el ensimismamiento de quienes tienen todos los sentidos depositados en sus imágenes predilectas.

A Pepe Rincón se le humedecen los ojos cuando se le recuerda la primera salida en procesión con su hijo. Cuando apenas se mantenía en pie. Ocurrió en noche donde los olores a incienso lo impregnaban todo y la flor de los naranjos sudaban aromas que embotaban los sentidos.

Menos mal que la brisa de la Ceuta marinera aliviaba de vez en vez el aturdimiento de tanta devoción ancestral. Yo fui testigo de aquel instante. Gracias a la televisión.

Conocedor de que a mi compañero de periódico le chiflan las anécdotas de Semana Santa, un día, de no ha mucho, le conté la historia de Juan Araujo, ex jugador del Sevilla, con Jesús del Gran Poder. La que, relatada por el maestro Antonio Burgos, es capaz de hacer que se haga paz allá donde sólo hay guerras y los odios se truequen en lágrimas de reconciliación. Y ahora, Pepe me la ha recordado. Fue la semana pasada, cuando me hablaba, gozoso, de las muchas colaboraciones que había recibido para el especial de la Semana Santa. Y, de paso, me hizo la pregunta:

-¿Irás a ver las procesiones?...

Mi respuesta fue tan rápida como absurda: “He perdido la fe, Pepe...”.

Me contestó atinadamente. Con laconismo de penitente:

-Es una pena.

Respuesta merecida a otra respuesta tan innecesaria como a destiempo: la que yo le había dado a un hombre amante de un rito ancestral que trata de inculcar a sus hijos. Un hombre que anhela cada año la salida de las imágenes por las calles de su tierra. Y que no merecía mi salida de tono.

Por esa metedura de pata, he decidido, estimado Pepe, decirte que hubo una época en la cual, sin llegar a sentir la Semana Mayor como tú, por ser imposible igualarte, yo me daba patadas en el trasero para ir detrás del Nazareno entre jarcias y velas, con la idea de verlo asomarse al mar con el primer sol de la mañana; también deseaba fervientemente que llegase el momento para contemplar el paso solemne del Cristo de la Misericordia por el castillo de San Marcos. Yo, amigo Pepe, recuerdo haber invocado a la Virgen de la Soledad, con su largo manto negro recamado de estrellas, ante la puerta de la Iglesia Mayor Prioral.

Ojalá que la lluvia no empañe tus deseos de cofrade.
 

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