En las escuelas –antes, quizás ahora, no- a los niños que no
progresaban, los torpes, se les comparaban con los burros.
El término en sí tiene la finalidad de ridiculizar a
alguien. De esta manera, quedaban “etiquetados” esos grupos
que no rendían, porque sus capacidades estaban muy
limitadas, lo cual era de todo punto injusto. Pero había que
tener mucho cuidado cuando se aplicaba a aquellos que no
“trabajaban”, es decir, aquellos “insumisos” que se iban del
Colegio lo mismo que habían llegado. En este caso, la
incorrección sería la que representaría todo lo contrario,
porque si por algo se caracterizan los burros, son por su
laboriosidad. También en casa, algunos padres, en estado de
desesperación llamaban a sus hijos “cariñosamente” burros.
Con burro se forman muchas expresiones, con distintos
significados. Por ejemplo; “apearse del burro: reconocer que
uno se ha equivocado”; “burro de carga: persona laboriosa y
de mucho aguante”; “no ver tres en un burro: ser muy corto
de vista, ver muy poco”; “burro, persona de pocos alcances y
entendimiento”. En México: “burro: tabla de planchar”… Es
deseable que, en la actualidad, el término, en la escuela,
haya desaparecido. No estará el “patio” para tal
atrevimiento, porque el “osado” maestro, recibía la réplica
correspondiente. Recuerdo haber leído en un libro de Lectura
antiguo, el siguiente pasaje: <<Aquel labrador que, llevó su
hijo al colegio, para que recibiera instrucción. A las
preguntas del maestro, el niño no contestaba a nada. El
padre pidió al maestro el precio por las clases y le pareció
demasiado caro. Y exclamó “con ese precio me compro un
burro”. Entonces el maestro, le contestó: “pues cómprelo y
con este tendrá dos”>>.
Así, que siempre se ha utilizado en la escuela como
despectivo, insultante, discriminatorio… En mi trayectoria
escolar nunca observé que algún compañero o compañera
dispusiera de las clásicas “orejas de burro”; sin embargo,
en la preparación de mi tercer libro “Un antes y un
después”, una alumna, en la actualidad con algo más de
cuarenta años, refiere que “su maestra sí las aplicaba a
aquellas niñas que se resistían con la tabla de multiplicar.
Les colocaban las orejas de burro, las mantenían de rodillas
un cierto tiempo y, después, las paseaban por las aulas más
cercanas. No fue mi caso, ya que las “orejas” no me las
aplicó con “justicia”. Yo era una destacada alumna que tenía
un buen rendimiento escolar, pero una vez cometí una
“faltita” y me colocó las orejas, paseándome por las clases
vecinas. Aquello no me marcó, porque yo me veía muy
“graciosa” con ellas, y me divertí mucho”.
El término, no ha sido exclusivo de la escuela, puesto que,
en cualquier situación, que se ha querido ridiculizar o
insultar a alguien, nos ha servido de recurso.
En estos días he escuchado por la radio que un político
local ha llamado al Sr. Delegado del Gobierno, nada menos
que “burro inútil”, quizás porque no ha estado de acuerdo
con alguna gestión de la citada autoridad, y con toda
seguridad, no, porque no haya sabido realizar una simple
operación de multiplicar. La expresión, bajo mi punto de
vista es doblemente insultante, aunque a “burro” se le puede
asignar el significado que uno quiera, pero parece ser que
lo mejor que le cuadra –no por burro- es ignorante; claro
que de “inútil” ya es más grave, porque el político en
cuestión lo califica de “inepto”, “incapaz”, “ineficaz”… y
si esto es así, al Sr. Delegado no le queda más remedio que
irse, para que le sustituya otro más útil. Pero teniendo en
cuenta el significado real de “burro inútil”, es que, cuando
el simpático animalito ya no está para nada, y todo su ciclo
vital está a punto de terminar, su fin no es otro que
echarlo como alimento de los leones. ¿Habrá querido el
político mandar al Delegado a los leones? Por último, los
burros están en peligro de extinción. Desde hace unos años
hay una asociación, que se dedica a protegerlos.
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