Mustafa Mizzian fue
tachado, no ha mucho, de haber estado siempre sometido a la
derecha. Lo dijo alguien que trataba de ganarlo para su
causa. Y, ante la imposibilidad de convencerlo, creyó que
esa era la mejor manera de señalarlo con el dedo. Y pinchó
en hueso. Puesto que el líder del Partido Demócrata y Social
de Ceuta nunca ha negado lo a gusto que se siente a la hora
de pactar con el Partido Popular.
Ambos partidos, es decir, el PDSC y el PP, vivieron etapas
de relaciones extraordinarias y cuando se coligaron supieron
entenderse a las mil maravillas. Y todo porque Mustafa
Mizzian y Mohamed Chaib jamás dejaron en la
estacada a los dirigentes de esa derecha que recurrían a
ellos en cuanto los necesitaban.
Los servicios prestados a esta ciudad por el PDSC han sido
grandes y nunca bien reconocidos. Lo cual debería estar
siempre presente en la mente de los políticos populares.
Pues nada es más saludable para ellos, y sobre todo para la
ciudad, que Mizzian y Chaib se sientan con ganas de
continuar en la brecha y consigan movilizar a sus votantes.
Que fueron muchos en su día.
Lejos quedan ya los momentos difíciles vividos por este
partido localista, cuyos dirigentes se tuvieron que comer el
marrón de unos hechos desagradables ocurridos en el interior
del edificio municipal. Aquel ensañamiento con ellos, por
parte de algunos frustrados gilistas, terminó siendo un
calvario para una pareja política, tan bien avenida y en
todo momento dispuesta a servir a los ciudadanos.
De Mustafa Mizzian he oído contar innumerables anécdotas
sobre su habilidad para ayudar a las personas más
necesitadas. Incansable en sus gestiones y conocedor de
todos los entresijos del hoy llamado, pomposamente, Palacio
de la Asamblea, insistía en sus peticiones hasta coronarlas
con éxitos.
Eran días en los cuales Mohamed Chaib insuflaba ánimos a su
compañero de partido y éste se convertía en un constante
animador de quehaceres que redundaban en favor de los
desfavorecidos.
Mas el demonio, en forma de denuncias, dio pie a la ruina y
todo el tinglado se vino abajo. Se produjo a raíz de que
Chaib, falto de vitalidad durante unos meses, tuviera que
dejar a Mustafa solo ante el peligro de la desmoralización.
Y sucedió lo que se veía venir: la pareja perdió el sitio
ideal que con tanto esfuerzo había ganado durante años.
No obstante, y tras pasar los dos por fases de
incertidumbres y, por qué no decirlo, de inquietudes por
cómo perdieron la primacía electoral en su entorno, han
vuelto a surgir con ilusiones suficientes. Las que me
permiten pensar que están dispuestos a reverdecer laureles.
A ganarse nuevamente la confianza de quienes los votaron en
su día y nunca quedaron defraudados por la gran labor que
llevaron a cabo entre los que acudían a ellos demandando
ayudas. Y que prestaron sin detenerse a cavilar si
profesaban tal o cual religión.
De Chaib, se me viene a la memoria su comportamiento cuando
ejercía de consejero de Bienestar Social. Era un hombre
entregado a su tarea y sentado en un despacho, en horario
previsto, del cual ningún visitante salía defraudado de sus
respuestas. Prestaba suma atención a cuantos acudían a él y
nunca salía de su boca una palabra desalentadora. Consiguió
ganarse el afecto de muchas personas e hizo posible que las
gentes creyeran en él a pie juntillas.
Pasear con él la calle era, sin duda, tener que detenerse a
cada paso y esperar pacientemente. Porque Chaib se sentía
incapaz de negarse a ser paño de lágrimas de los pobres. Por
todo ello, me alegro de que vuelvan a estar juntos. Ya que
ambos se necesitan. Y, desde luego, los necesita la política
de Ceuta. Por razones tan evidentes cual interesadas.
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