Una histórica del socialismo ceutí y de la lucha por la
libertad nos dejó anoche, hoy los ceutíes son huérfanos de
una madre que significó, por encima de todo, un símbolo de
filantropía. María Miaja, la anciana combatiente socialista,
la ‘pasionaria ceutí’, murió a los 84 años como se hacía
antiguamente, en casa, ‘ligera de equipaje’ en su casita del
puerto, junto a ése mar que es metáfora de las libertades
por las que encallecieron sus manos, y sufrió tantas
privaciones. María no era sólo una institución del
socialismo ceutí, también era compañera de toda Ceuta, y su
pérdida supone perder un referente moral y un hito del
paisanaje de la ciudad. Sus compañeros y quienes la trataron
destacan de ella, además de su fiel compromiso, su
conversación fluída y libre, entretenida, y cargada de toda
la sabiduría que aportan los años, más vívida y sabia cuando
se ha pasado a través de ellos con tanta intensidad como
ella lo hizo.
Fue María una mujer fuerte, que enviudó pronto y tuvo que
sacar a su familia adelante. Durante la guerra tuvo preso a
su hermano Fructuoso, antiguo alcalde y represaliado
socialista de Ceuta, presente ayer en el velatorio, quien
tuvo que huir de España durante más de doce años. Pese a
todo María no cayó en el ensimismamiento, permaneciendo
siempre fiel a su compromiso con el pueblo de su Ceuta del
alma, ciudad en la que nació y que llevaba por donde quiera
que iba. Y es que un sigo de María era la bondad, por
supuesto que era militante socialista, pero eran la bondad y
la libertad a la hora de expresarse dos sellos fundamentales
de su personalidad. Juan José León Molina, presidente del
PSOE en Ceuta, relata cómo María “mantenía correspondencia
con altos cargos del partido como Felipe o Alfonso Guerra, y
un dudaba en echarles algún rapapolvos cuando no le gustaba
cómo actuaban”. Esta libertad la tenía para todo el mundo, y
la llevó hasta el final y supo transmitirla a su familia, no
en vano, ella es continuadora de una larga saga socialista
que se prolonga en sus hijas y nietos.
La filantropía de María Miaja estaba por encima de
ideologías y de colores de partido. Buena prueba de ello es
que ayer pasó por el velatorio gente de toda condición,
constituyendo hasta en su última hora un ejemplo de bondad y
de superación. Quien vivió en carne propia los desmanes de
la durísima guerra, de la todavía más dura posguerra y la
represión, pudo unir bajo el humilde techo de su despedida a
la derecha más tradicional y a la izquierda militante. “En
todos los años que la conocí nunca la oí hablar con odio,
ella estaba por encima de eso”, afirma Sergio Moreno,
diputado del grupo parlamentario socialista en la Asamblea.
Ayer pasaron a darle el último adiós desde Juan Jesús Vivas,
presidente de la Ciudad y miembro del Partido Popular, al
delegado de Gobierno Jenaro García Arreciado, o los
compañeros de UGT, que se emocionaban al recordarla. También
fue a despedirla Emilio Cozar, miembro de la exconcejal de
los primeros años ochenta, y que no por no compartir
precisamente sus ideas dejó de mostrarse visiblemente
apesadumbrado. Y es que el ejemplo de esta mujer no conocía
de signos de ningún tipo.
“Política de acera”
“La militancia socialista de María Miaja no perdió fuerza
nunca, siendo todavía hoy ejemplo y referente para las
nuevas generaciones de socialistas”, afirma Moreno. Todo el
mundo señala su intensa labor por la “política del pueblo”,
lejana a las altas instituciones y cercana con quien tenía
un problema con su casa o con su trabajo. “María no quiso
destacar nunca, ella se mantenía en la sombra, pero siempre
estaba dispuesta a poner firme a quien hiciera algo mal, o
si le parecía que no hacía suficiente”, señala León Molina.
“María era un referente en la autoridad portuaria, –relata
Sergio Moreno- tenía allí un kiosko por el que pasaba mucha
gente a debatir con ella, de izquierdas por supuesto, pero
también de derechas que pasaban a comprarle tabaco a ‘María
la roja’, debatían sobre toda clase de cosas y ponía firme a
todo el mundo –concluye-”. “La política que quería María era
de acera –comenta Moreno-, además, al tener el kiosko en un
sitio tan estratégico tenía siempre noticias, por lo que
siempre nos exigía más a quienes estábamos en el partido,
normalmente preocupados en el juego político”.La mejor forma
para expresar un dolor o algo que aprieta la garganta es el
silencio, el mismo que ayer recogía a los asistentes al
cementerio. Un silencio que sólo rompió la Internacional, el
vals del pueblo, que sonó para dar su último adiós a quien
tanto peleó por él. Las coronas meciéndose nerviosas por un
viento de poniente que quiso levantar el alma de María,
parecían querer acompañar los murmullos de quienes seguían
el himno del pueblo en voz baja y las voces de quienes lo
cantaban abiertamente. Ése silencio que apretaba las
gargantas de quienes allí estaban, decía algo, decía muchas
cosas. Hasta siempre, compañera.
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