Confieso que me he perdido la
anécdota, porque me encontraba en Alhaurín de la Torre,
charloteando con mi gente y repartiendo escritos con el
sello de entrada del registro, porque, para la cosa
profesional, suelo ser muy mirada y muy miajita. Pero luego
me han llamado para relatarme con regocijo, no exento de
mala baba, que nuestro Zetapé piensa que, un café cuesta
ochenta céntimos ¿Y qué?
Si le llegan a preguntar a cualquier presidente electo, con
sede en Moncloa, a lo largo de los tiempos el precio de una
ración de churros o de un pitufillo de panadería, seguro que
lo hubieran ignorada de forma solidaria, ellos y sus
regalonas señoras. Será que, a lo bueno, se acostumbra uno
muy pronto y desde las alturas, lo cotidiano, lo que mueve y
conmueve al pueblo resulta de una lejanía tal y de una
profundidad tan de sima marina que da vértigos y hay que
tomar Dogmatil 50, una pastilleja que no está mal, evita las
migrañas digestivas, hace de bálsamo bebé del ánimo, pero
para mí que, curar no cura. Atempera, pero no cura.
En fin que, el alto personaje se toma el Dogmatil 50 y echa
de cuando en cuando una rápida ojeada a la realidad, hasta
la prensa se la suelen dar recortada y eso que ellos ganan
buenos dineros y no tienen que racionarse periódicos ni
lecturas de kiosco como el resto de los hijos de vecino.
Zetapé no va a los bares a tomarse el café viudo que
inaugura la jornada laboral, él se lo pierde.
Porque, según mi experiencia cotidiana, salir de la casa de
uno aún de noche, con el helor del alba y la calle iluminada
por los faros de los coches de los madrugadores, arrebujarse
en la chamarreta y dar un largo paseo a paso mediano por las
avenidas casi desiertas, en dirección a ese bar que es aún
más tempranero que su clientela y que sirve carajillos
nocturnos a los trabajadores, para matar el gusanillo y
cafés largos en vaso, bien cremosos y cargados a las
abogadas adictas a vivir el alba en plena calle, esos
momentos silenciosos , gélidos en invierno, fresquitos en
verano, ese placer espiritual del paseo solitario, es
inevaluable, no tiene precio, es sentimiento de libertad.
¿Qué están criticando con esas caras de sacerdotes egipcios
en ayunas? ¿Qué mis paseos por el Palo son un cutrerío y que
mi bar es más cutre aún? Bueno, un lugar elitista y
glamouroso no es, le llaman “las cuatro esquinas” por algo
tan original como que está en el cruce de cuatro calles,
tienen máquina de tabaco sin mando a distancia, permiten
fumar hasta intoxicarte de nicotina, en Navidad se permite
el cante… ¿Acaso creen que Zetapé tiene el privilegio,
encerraíto en la Moncloa, como un hurón, de concurrir a un
lugar así cada madrugada? Pues no, no lo tiene, ni el Zetapé,
ni el Principito, ni ningún privilegiado, porque temen que
les secuestren y van emparanoiáos con lo de los atentados
¿Qué gruñen? ¿Qué pueden ponerse una peluca, unas gafas y
una barba y salir de incógnito a gastarse un euro redondito
y plateado en un café temprano? Bueno, es verdad, pero me
parece que es que, a Ellos, en mayúscula, nosotros, en
minúscula, no les gustamos, ni quieren confraternizar con
este pueblo llano, ni mezclarse con nuestros olores y
nuestros sabores ¿Qué como huelen y saben el Palo y las
cuatro esquinas? El Palo, al alba, a cincuenta metros de la
mar, huele a gloria bendita y se esponja el pecho con los
vientos, las cuatro esquinas son la ruptura con el perfume a
mares y la bocanada de fritanga de los churros, de tabacazo
chester que es lo que ahora fumamos todos y de café bien
torrefacto y humeante y ambos enclaves saben a mi España
Cañí, que es la mía, la que me gusta y la que me acepta
acogiéndome y confundiéndome entre su paisaje y su
paisanaje. Las campanas suenan al vuelo rota la madrugada,
es el momento de la misa y de la overdose de Eucaristía, la
anfeta del alma, el aroma de azahares del jardín de la
Iglesia. Joder, me siento una auténtica privilegiada,
apuesten algo a que vivo y lato con más vida y más latires
que Zetapé ¿Qué el presidente no quiere esas sensaciones ni
regaladas? Pues él se las pierde, él y ustedes por no
pasarse al alba por mi barrio a que les invite a que les
echen un café.
|