No voy a referirme en absoluto a
las esperas ante las municipales. Los codazos de los trepas
y las argucias de los conseguidores para apuntalarse en una
lista , ni me interesan, ni son mi guerra. Considero la
paridad por ley una pamplina buenista y el toque étnico una
empachosa cursilada y, por supuesto, no destilo hiel y
vinagre contra los menganillos del carguillo, aunque opino
que, en España, sobran exactamente las tres cuartas partes
de cargos electos y de palmeros de confianza porque, con
menos pero más cualificados e infinitamente más tecnócratas,
funcionaríamos mejor y encima ahorraríamos dinero, con lo
que se paliaría el despilfarro existente desde la dorada
Transición. Pero no es mi guerra, porque, para mi
sensibilidad, lo que de verdad importa va por otros
derroteros muy diversos a las dietas, los kilometrajes, los
sueldos y las pensiones blindadas. A mí me llega, por
ejemplo, la gente que espera. ¿Qué preguntan? ¿Qué les
aclare lo que están esperando? Pues todo. Para lograr algo,
normalmente hay que hacer cola, guardar turno, pedir la vez
y armarse de paciencia. Las largas esperas vienen a ser una
característica existencial de la gente corriente, de los
pepitos y las marujas, porque los privilegiados no suelen
hacer cola, sino que les cuelan y les atienden quebrando la
cintura y con sonrisa profiden.
¿Han visto ustedes en alguna ocasión a un Ministro o a
cualquier Excelentísimo Señor pidiendo el número de la
Seguridad Social o haciendo pasillos en la puerta de un
Juzgado? Yo jamás, puede ser también que, las autoridades no
enfermen porque se encuentren inmunizados o que sus familias
no acostumbren a permanecer en la puerta del Juzgado de
Guardia, niños incluidos, cambio de dodotis incluido y
rifirrafe por los nervios casi garantizado. ¿Qué que pasa
con los malayos? Bueno, esos han democratizado un mucho la
Justicia y han popularizado a las señoronas rubias con
mechas y a los caballeros con look Sotogrande en las colas
del peculio de Alhauvips de la Torre, aunque lo cierto es
que, desde el malayeo, esa cárcel está más pija que nunca,
sus frondosos jardines son estilo andalousí y están llenos
de esculturas avant garde, por lo que también se la denomina
Alhauchic de la Torre. La verdad es que, con las movidas
urbanísticas parece que mucho político puede correr el
riesgo de que, sus señoras, permanezcan las setenta y dos
horas angustiadas a las puertas de una comisaría,
figurándose, pero sin ni imaginarse, lo que suelen ser los
calabozos en España. ¿Qué dicen? ¿Qué si los guardias
maltratan a los detenidos? Bueno, para mi opinión, el que
vocalice ese infundio es un hijo de la gran puta, de hecho,
si los detenidos encuentran un rastro de humanidad,
consiguen un cigarro camuflado o reciben una palabra de
ánimo es de boca de los encargados de su custodia. Yo he
visto a policías y a guardias civiles compartir el
tabaquillo con los presos y gastarse su propio dinero en
conseguir un botellín de agua para un detenido sediento. Y
consolar a las familias que esperan en la puerta. ¿Qué en
qué puerta? Pues en la de la comisaría, el cuartelillo o el
Juzgado, porque, maderos y picoletos son , en la frialdad
del engranaje judicial y policial, una avanzadilla de “los
nuestros” y sienten nuestros sentires y padecen nuestros
padeceres y sudan para llegar a fin de mes con sus salarios
de miseria, como nosotros. Y por eso entienden la angustia y
la incertidumbre de la espera.
A mí las FOP a escala básica se me asemejan al personal
sanitario y no solo por el rácano sueldo, sino porque hacen
de su vocación un estilo de vida que es puro acercamiento a
las zozobras del prójimo. Esperar… Eso me hace recordar una
frase de Sciascia en la novela “Los primos de Sicilia” era
relativa al comandante Carini del que decía que era un
hombre que, pese a parecer no esperar nunca nada, llevaba en
los ojos el corazón mismo de la esperanza. El que espera
desespera, pero lo fundamental es que espere con esperanza.
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