Me parece una sensata idea apostar
por la industria de la cultura como un valor humanístico y
que también se considere un valor económico. Una
“explotación” en pujanza. Para empezar tenemos lo más
importante, un capital universalista y universalizador, una
lengua madre, integradora y enriquecedora, que salvaguarda
una identidad propia dentro de la diversidad, a la que
debemos seguir promocionando, aunque cada día sean más las
personas que integran el español entre sus preferencias
lingüísticas. Hoy, además, al carro de la cultura española
ya no le falta la rueda de la ciencia, como denunció en su
tiempo Ramón y Cajal. El “negocio” puede ser redondo si
ponemos talento y actividad.
Es cierto que tenemos una cultura arraigada de gran valor,
que se vale por sí misma a poco que la dejemos ser ella
misma, puesto que todo ser humano necesita envolverse por la
belleza. Si algo tiene nuestra cultura es eso, hermosura. Se
aviva por si sola. Si acaso, los poderes públicos, lo que
han de hacer es cuidar y proteger este atractivo patrimonio
artístico-literario-humanístico-científico. Por otra parte,
el mundo del descanso, del deporte, de los viajes y del
turismo, constituye sin lugar a dudas junto con el mundo del
trabajo, una dimensión económica importante, donde la
cultura siempre está presente. El camino de la estética es
algo que el ser humano busca apasionadamente, sobre todo en
los momentos actuales tan cargados de banalidad y
brutalidad. El corazón de una cultura como la nuestra, fruto
de una síntesis armoniosa entre el tiempo y la genialidad
del pueblo, es una buena manera de elevar la sabiduría
colectiva.
Industrializar la cultura, con su lenguaje simbólico, puede
ser altamente rentable, sobre todo para unir el corazón de
las gentes a la fascinación. En consecuencia, me parece
oportuno potenciar la cultura con las culturas y crear
relaciones recíprocas. Una buena manera para transformarse
por dentro. Al final somos lo que es nuestro espíritu.
Las semanas culturales, los festivales de arte o música, las
exposiciones, las bienales artísticas…y tantos otros eventos
de la “industria cultural”, además de generar recursos
económicos, ayudan a un acercamiento y permiten intercambios
muy prometedores para captar la realidad compleja y
misteriosa del mundo. Todavía en el “supermercado” de la
ilustración, donde imperan la autenticidad de los
sentimientos y el ingenio, la estética y la emoción, es
posible ofrecer a quienes van en busca de la verdadera
cultura el primer paso al entendimiento y a la comprensión.
Lo fructífero, por saludable para la convivencia, es que el
hombre, dentro de esa industria formativa, consuma y genere
sapiencia en medio de un mundo bárbaro y hostil.
|