¿Cómo se llama el nuevo programa
de las noches de los domingos en Antena 3? ¿Cambio radical?
Como se llame, me empapé y no diré que me regocijé viendo
como transformaban a dos mujeres, feas como mandriles, en
atractivas damas, al revés, me amargué y recordé lo de la
célebre “crispación” tan en boga entre los privilegiados y
que, al pueblo llano, le trae al pairo.
Me amargué porque, el programa me pareció de una crueldad
inusitada, primero salían las feas, todas hechas polvo
tirando de sus narices imposibles, sus dientes averiados y
sus kilos de celulitis. Se ve que concurren al concurso
cientos de aspirantes, pero parecen seleccionar las
historias más desgarradoras y a las desfavorecidas estéticas
que lleven con mayor desesperación sus condiciones físicas
de bellezas picassianas y encima sean capaces de relatar sus
penas a lágrima viva ante las cámaras. Todo bastante
despiadado, porque, el espectáculo, de tal tiene poco, se
trata de coger a las birrias, someterlas al diagnóstico de
afamados y carísimos cirujanos plásticos y comenzar con no
menos prohibitivas liposucciones de muslos, abdomen,
caderas, cintura, venga a aspirar grasa con la máquina. De
ahí al tetamen con prótesis en forma de lágrimas que son más
naturales, si la liposucción ronda los tres mil euros, las
tetas deben ir por el estilo, o más.
Luego remendar las narices imposibles con una rinoplastia,
elevar los pómulos y las barbillas descolgadas a base de
ácido hilaurónico o implantes de silicona, otra pequeña
fortuna. Como la elevación de los párpados, la depilación
láser de barbas camufladas, el peeling químico y ¡por fin!
La dentadura, sin remendar de viejo, a base de escultores de
sonrisas e implantes prohibitivos. Recauchutadas las feas y
operada una de ellas de miopía, solo quedaban los peluqueros
y estilistas, los consejeros de moda y maquilladores. Al fin
las feas reparadas y felices y sus familias conmovidas hasta
las lágrimas por el milagro, porque aquello, más que un
plató, parecía Lourdes. Estupor entre el marujerío nacional,
estupor y pena porque, cualquiera puede ser casi esbelta y
casi hermosa a fuerza de gastar miles de euros. Pero resulta
que, los curritos y las marujas no tienen miles de euros
para gastar en sueños, ni para invertir en ser felices, como
las afortunadas participantes del experimento. Y todo por
culpa de la nula sensibilidad de nuestros estúpidos
políticos y por su negativa a reconocer la felicidad como
derecho constitucional. ¿Qué en que cambiaría las cosas si
la felicidad fuera un derecho? Pues en que, en la Seguridad
Social, tras los oportunos dictámenes, incluso de
psiquiatras para diagnosticar el coste emocional de la
fealdad, tendrían que hacer operaciones de estética
gratuitas. Rinoplastias a los narigudos y narigudas,
estética dental para sonreír a la vida, corregir las orejas
de soplillo del Dumbo de la case, liposuccionar a gordas
estragadas por los regímenes y que no consiguen erradicar
los flotadores, reducir abdómenes cerveceros de cincuentones
resignados a engancharse el pantalón encima de los ajados
huevecillos, porque, el barrigón jamás les cabrá en los
pantalones. Una crueldad. Como no nos reconocen el derecho a
ser felices, no reconocen, por consiguiente el derecho a
conseguir la belleza y la felicidad que otorga la armonía
física. En esta helada España, para ser bella o bello, hay
que ser rico, si no lo eres te jodes y te aguantas, o
mendigas en las puertas de un programa-show para que hagan
contigo el milagro, aunque el coste sea vomitar tus traumas,
complejos y miserias ante toda la ciudadanía y aparecer en
bragas, marcando celulitis y haciendo el ridículo más
espantoso para que luego vean lo bien que vas a quedar. Todo
increíblemente malvado y despiadado. Jalepá ta kalá. Decían
los griegos clásicos, lo bello es difícil. Y caro. Y todo es
muy duro.
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