Las relaciones entre funcionarios
y políticos han existido siempre. Hasta el extremo de que
con los partidos del turno cuando salía un Gobierno
ocasionaba la cesantía de todo su clientelismo burocrático.
Con lo cual propiciaba que a partir de ese momento los cafés
se convirtieran en centro de reunión de parados dispuestos a
maquinar contra el partido en el poder.
Recuerdo perfectamente que, durante mi estancia como
temporero en el Ayuntamiento franquista de mi pueblo, en el
negociado de festejos y playas, el alcalde iba solamente a
firmar. De manera que todo el poder recaía en el secretario.
Quien hacía y deshacía a su antojo. Y, desde luego, era
capaz de cambiar la opinión de la primera autoridad en
muchos e importantes asuntos. Aquel secretario, tuerto de un
ojo, también causaba miedo por su mal carácter y, sobre
todo, porque delegaba su autoridad en varios oficiales del
ayuntamiento, que mostraban peores maneras que él y trataban
de superarlo en malos modos. Y además contaban con habilidad
suficiente para cambiarle las ideas al tuerto de marras. Y
así podría seguir enumerando las consecuencias que se
derivaban de un ensamblaje entre partes, dentro del edificio
municipal, que unas veces iba de arriba abajo y otras al
revés.
Por ello me produce risa cada vez que oigo decir que los
funcionarios no hacen política. Cierto que el ejemplo puede
ser tachado de haber tenido vigencia en los tiempos de
Maricastaña. Pero, aun así, sigo pensando que nunca ha
dejado de hacerse política en las administraciones por parte
de los empleados. Desechen la idea de que estoy
generalizando. Pues sería tan absurdo ello como negar la
politización de muchos de los componentes de la institución
local.
Y más risa me da cuando se comenta que Juan Vivas no sabe
desenvolverse cual político. Que esa misión la cumplen mejor
algunos dirigentes de su partido. Esos que gritan a voz en
cuello y cuya verborrea resulta nociva para la salud de
quienes pasaban por allí y hubieron de soportarla.
Juan Vivas es, sin duda, el mejor político de esta ciudad. Y
lo es porque está en posesión de suficientes cualidades que
le proporcionan una condición extraordinaria para seguir
siendo el presidente. No en vano fue durante muchos años el
paño de lágrimas de muchos políticos y consejero de todos
ellos. Y lo hizo sin perder nunca la compostura como
funcionario destacado. Hablo de compostura. Ya que hablar de
honradez me parece que sobra tratándose de él.
Sin embargo, cuando me expreso así, los hay que se
sorprenden porque son conocedores de los problemas que tuve
yo con JV en el pasado. Por más que uno haya dicho hasta la
saciedad que ello no es óbice para hacer público mi
reconocimiento acerca de su valía política. Y, naturalmente,
tampoco me arredra el repetirlo, cuantas veces lo crea
necesario, por temor a lo mal visto que suele estar el
halago a quien gobierna.
En mi caso, y en vista de que nada me une ni al Partido
Popular ni al Partido Socialista, me puedo permitir el lujo
de mantener mis opiniones sin atentar contra el capital que
sostiene el medio en el cual me ceden este espacio. Y por
tal motivo, y en vista de la claridad con que suelo
dirigirme a Juan Vivas, desde que lo conozco, no tengo
ningún inconveniente en recordarle lo siguiente aunque peque
de redoblar el tambor. Mire, presidente, vaya con cuidado en
lo concerniente a los candidatos que le cuelan en las
listas. No vaya a ser que su despreocupación al respecto
termine jugándole una mala pasada. Todo antes que tratar de
rebelarse cuando no haya solución. Que seguro que entonces
dirán que la depresión ha podido con usted. Por ser un buen
funcionario pero un mal político.
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