Vivimos en la decepción total.
Somos una persistente contrariedad en un mundo fracasado. Lo
peor que nos puede pasar, con este fiasco que padecemos, es
que el despunte de odios, avaricias y revanchas gane
aliento, consiga el naufragio, hasta hacernos perder la
semántica ciudadana de persona. Mal ambiente estamos
creando, muy malo. Estas enfermizas atmósferas suelen
acalorarse cuando la burla se sufraga con dinero público y
el engaño campea a sus anchas. Ejemplos los tenemos a
diario. Lo de buscar poder para servir mejor, o sea para
hacer el bien, es un cuento que cada día parece que tiene
menos adictos. Lo que ahora se practica es el interés propio
elevado a la máxima ordinariez. Luego pasa lo que pasa, que
nos sonríe el desengaño y se nos descompone la cara. El
gesto de amargura nos desborda.
La cuestión no es para menos. Se han perdido garantías de
honradez y así nos luce el pelo. ¿Cuántos miden un derecho
por su deber? Por desgracia, suele prosperar el que más
engaña. La pillería está a la orden del día. Están
enfrentadas dos maneras de entender la vida, los que juegan
limpio y otros, los que envenenan, jugando sucio.
Lo nefasto es que nos contaminan enfrentamientos inútiles,
antidemocráticos cien por cien, puesto que quienes piensan
de otra manera distinta de la nuestra, para empezar, no debe
considerarse jamás enemigo, en todo caso contrincante al que
tenemos que convencer desde el diálogo para consensuar
posturas.
La democracia es consenso. Si, como es el momento actual,
Rajoy reta a Zapatero a un debate monográfico sobre De Juana
por ser “lo que más importa a los españoles”, no se debiera
negar esta petición, máxime cuando representa, tácitamente,
esa pretensión a millones de españoles.
Por si fuera poca la decepción, súmese el poco respeto que
se tiene por cumplir o hacer cumplir razones de peso para la
convivencia. Los que debieran estar a su servicio, ser
ejemplo y ejemplarizar sus actuaciones, en vez de armonizar
suelen crispar con sus impertinencias de decirnos lo que es
bueno o malo a golpe de decreto, dirigiéndonos la vida como
si fuésemos borregos.
Vivir a merced del político de turno como ahora se hace,
donde la politización lo invade todo, incluidas
instituciones y organismos que tienen como razón de ser la
independencia, es el mayor timo que se puede hacer a un
pueblo que quiere organizarse democráticamente.
No se puede caer más bajo, si sólo se busca la
descalificación y la destrucción del adversario, para
alzarse con el poder, y mucho menos si se hace como una
conspiración permanente. Enrique Tierno Galván daba sus
razones: “el poder es como un explosivo: o se maneja con
cuidado, o estalla”. Pues eso, modérense las políticas y los
políticos.
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