Siento no poder sustituir el
“love” por un corazón, que sería lo apropiado, pero mi
teclado parece escaso en empatía y sentimientos, por
ejemplo, ni tiene corazones, ni nubes, ni estrellas, ni
brazos haciendo cortes de mangas y como soy bastante
analfabeta funcional informática no sé dibujar besos y esas
cosas en la pantalla. Y encima estoy impresionada porque me
ha llamado un afín para decirme que en el jiliforo de El
Pueblo y ante la mirada alelada de los jilimoderadores
vuelven a desearme la muerte y yo “Vivo sin vivir en mí y
tan alta vida espero, que muero porque no muero” Aunque
preferiría ser llamada por el Altísimo antes que acuchillada
por uno de esos maníacos depravados que se llaman así mismos
“enemigos de la intolerancia”. ¡Mecachis lo violentos que
son!. ¡A esos les iba a poner firmes Aznar! O un paseo por
el Tercio de Ronda de la Legión y de allí a Afganistán a
comer arena y a demostrar si, los cojones que tienen para
enviar anónimos con amenazas de muerte a una mujer de Dios,
los tienen para apencar con los talibanes. Pero mi vida está
en manos del Señor, que no de unos perversos psicópatas.
Eel caso es que I love Aznar y sigo con crítico interés
todas y cada una de sus intervenciones y conferencias
internacionales. En las universidades italianas le llaman
“el nuevo Sartori” como rezaba en los titulares de La Stampa
y no podemos olvidar que, Giovanni Sartori es considerado
actualmente el mejor politólogo de Europa y uno de los
grandes valedores de la defensa a ultranza de las
identidades nacionales europeas. Sartori, por cierto, se
considera de izquierdas, mientras que Aznar es claramente un
neoconservador de centroderecha, afín a personajes de la
línea de Sarkozy, ese inmigrante húngaro que ha vivido de
tal manera la integración a su nueva Patria que es más
francés que la torre Eiffel y encima se proclama orgulloso
de serlo. Al igual que Aznar, castellano profundo de
orígenes maragatos (raza maldita, dicen unos, raza mágica
dicen otros) trenza discursos por las aulas y salas de
conferencia de medio mundo proclamando su inmenso placer de
ser y de sentirse español. Por mucha demagogia amañada que
quiera añadírsele al concepto España, al que quieren empanar
con pan rayado y aliño de invasores externos y
circunstanciales que, a la hora de la verdad, no son más que
un pestañeo para la Historia de esta Iberia vieja. ¿El
Imperio Romano? Nunca consiguieron que se hablara el latín
más que a altísimo nivel y posteriormente y hasta Gonzalo de
Berceo, en los monasterios. No nos dieron su lengua, puesto
que teníamos la nuestra, según el historiador Estrabón, con
más de seis mil años de antigüedad. Unos siglos romanos y
unos siglos bajo la invasión árabe, que tampoco logró
hacernos hablar en su lengua, porque la nuestra era
anterior, más rica y fecunda y nuestra religión cristiana
entroncaba directamente con los ritos solares y herculianos
importados en el neolítico por unos atlantes posdiluviales
que vinieron a enseñarle a tartessos y curetes y estos a los
celtas con la transhumancia, que en cada promontorio abierto
al mar tenebroso, debía rendirse culto a una deidad
femenina, la Magna Mater que mirara hacia el sol poniente.
De Isis a María, del culto solar milenario al cristianismo,
nosotros, los celtíberos, siempre hemos construido nuestros
templos para que fueran gratitud en piedra viva hacia el
ocaso. Ni romanos, ni morisma, ni alemanes en Mallorca y
guiris de calcetín blanco en Benidorm. Parpadeos de la
Historia que dejaron a su paso la tarjeta de visita de
construcciones arquitectónicas, escasa poesía y literatura y
ni lengua ni religión, adornaron un poco la paella racial
ibera con nuevos ingredientes y… Me callo porque me embeleso
y “se me enamora el alma” que diría la Pantoja y encima
exijo públicamente que José María Aznar abandone su periplo
cultureta y cumpla con su obligación de volver a la política
activa y no caiga en la omisión del deber de socorro.Vale,
vale, lo repito I love Aznar.
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