Se ha ido un trozo más de Villa Jovita, la clásica Barriada
de Ceuta, bien descrita por “los niños de los años 60”. Ana
Gutiérrez Macías nos ha dejado cuando sólo tenía noventa
años, y muchas ganas de vivir, con muchos proyectos todavía.
Entre estos, la ilusión de asistir a las bodas de los nietos
que permanecen solteros. Y no era descabellada la idea,
puesto que los nietos solteros están en edad de casarse.
Ella decía: ¡quiero vivir unos añitos más, para verlos a
todos casados!
Ana nació en Tánger en 1916. Ya asentada en Ceuta, vivió
siempre en la Barriada. Primero en la zona denominada “El
Boquete”, actualmente “Leandro F. de Moratín”, donde toda su
actividad la dedicaba a ayudar a su madre en las tareas
caseras; también dispuso de tiempo para ir al Colegio, que
grandes sacrificios tuvieron que hacer para que la niña
recibiera una buena instrucción. También, ya jovencita,
acudió a clases de costura. La Sra. Josefa y el Sr. Pedro,
sus padres, así lo dispusieron. Ana tenía un hermano, Paco,
que falleció hace unos años.
Nos contaba la abuela que ella hubiese triunfado en el cante
flamenco y en la copla, pero sus padres no se arriesgaron.
Era demasiado sacrificio para ellos tener que desprenderse
de ella, por lo que significaba llevar a cabo unos estudios
y una sólida preparación. Ella, en cualquier oportunidad,
incluso cuando ya estaba enferma, con un poco de presión, y
a solicitud de la familia, nos demostraba que todo lo que
decía era cierto. ¡La que tuvo, retuvo, y guardó para la
vejez!
En edad de merecer encontró al hombre de su vida. Un honrado
trabajador de la Factoría Ibarrola. Pero la fatalidad los
separó en los primeros días de Marzo de 1983. Pepe Carracao
Viaga, su marido, excelente persona, acaparador de todos los
valores, falleció víctima de un accidente de coche. Fue
atropellado por un irresponsable conductor. Un duro golpe
para toda la familia. Ella, demostrando una gran entereza,
permaneció tres o cuatro días junto a su marido, hasta que
se marchó.
A principios de los años cincuenta, su marido, después de
más de cuarenta años, consiguió saber de su familia (él
había quedado al cuidado de una abuela, porque sus padres se
habían marchado a América). Sólo pudo abrazar, unos años
después a su hermana Isabel.
Y pudo cambiar la vida de esta familia –quizás también la
mía- ya que era intención de su hermana que todos marcharan
con ella. En ello estaban, pero una inesperada enfermedad de
Pepe, el “hijo olvidado”, impidió que la inmigración se
llevara a cabo.
Del matrimonio de Pepe y Ana nacieron cinco hijos de los
cuales viven cuatro: Francisca, Josefa, Ana María y José,
que les dieron una buena cantidad de nietos y biznietos. Una
emblemática familia la de los Carracao-Gutiérrez. El
matrimonio fue modélico, dedicado exclusivamente a la
educación de sus hijos. Vivieron momentos muy felices, como
el asistir a la toma de posesión de su único hijo varón,
como primer Alcalde democrático, en la Villa de Jimena de la
Frontera.
Ana fue una hija ejemplar. Encontrándose sus padres, ya
mayores y enfermos, no los abandonó ni un solo momento.
Hasta dos veces diarias los visitaba, desde su domicilio en
el nº 27 de La calle Calderón de la Barca, en la llamada
“Manzana del señor de la Línea”, hasta la casita que tenían
ellos, junto a Cría Caballar, en la Playa Benítez. Cuando
falleció su padre, el Sr. Pedro, no dudó ni un solo momento
en llevarse a su madre a su pequeña vivienda, donde hacía
milagros para acoplarla con el resto de su familia.
Ana se marchó y será muy difícil cubrir su hueco. Pero queda
la satisfacción de que, de la misma manera que ella entregó
su vida por los demás, desde aquellos momentos que empezó a
declinar su salud, todos sus hijos y demás familia han
estado junto a ella. Y Villa Jovita, su Villa Jovita,
también le llora, porque ha visto que se ha marchado un
trozo de ella.
|