Decían de él que estaba a punto de
mandar a Rodríguez Zapatero donde los chirlos mirlos.
Porque no aguantaba ni un minuto más tener que ponerse ante
los focos, una y otra vez, para rescatar al presidente de su
carrera vertiginosa hacia la sima. Y todo porque éste, según
le achacan, es proclive a despeñarse por laderas peligrosas.
También parecía acusar los primeros indicios de agotamiento,
conducentes a la depresión, por estar al frente de un
ministerio que termina desquiciando a sus titulares. Porque
ser ministro del Interior es ya hablar de cosas mayores. De
ahí que no se entendiera que alguien, a quien se le atribuye
una mente privilegiada y mefistofélica, hubiera aceptado ser
el policía más poderoso de España a estas alturas.
Cuando el atentado de Barajas, sus enemigos, que son legión,
principiaron a prepararle su obituario político. Algunos se
relamían de gusto pensando en que, al fin, el Fouché
español había cavado su fosa y ella serviría para que el
Gobierno de ZP se quedara expuesto a todos los vientos como
la flor del vilano.
De Alfredo Pérez Rubalcaba se ha dicho que es un
reptil, un profesional de la intriga, un tipo con cara de
diablo y que además ejerce su papel de malo con enorme
satisfacción. Y hasta le han comparado muchas veces con el
ya citado Fouché. Político y estadista francés, del siglo
XVIII, cuyo lema era el siguiente: “En la lucha no estoy con
nadie, al final de la lucha estaré con el vencedor”.
Aún resuenan sus palabras en la calle Génova, cuando lo del
11-M: “Los españoles no merecen un Gobierno que miente”. A
partir de entonces, esa sentencia breve de APR, revestida
con la expresión solemne que éste maneja con maestría,
adaptándola al momento y a la situación, se enquistó en el
corazón de los populares. Que lo vieron ya, decididamente,
como el anticristo que los echó del poder.
De manera que la derecha se disponía a celebrar con sumo
gusto que el maligno Rubalcaba hiciera realidad lo que
parecía algo cantado: quemarse en la hoguera del abandono. Y
allá que le dieran a ZP, dado sus desvaríos políticos, por
retambufa. Por consiguiente, no es de extrañar que haya
sentado como un tiro, entre los populares, comprobar que
Mefistófeles Rubalcaba está vivo y coleando. Más vivo y
coleando que nunca. Al menos es lo que he podido apreciar
durante su comparecencia en el Congreso para responder
acerca de la excarcelación de De Juana Chaos
-criminal desde la cuna-.
El ministro del Interior volvió a exhibir todas sus
habilidades para exponer datos y argumentos acerca de la
política penitenciaria que se hizo cuando gobernaba el PP.
Sacó a relucir sus incuestionables y variados recursos a la
hora de ir rebatiendo las denuncias que ha recibido su
partido por la decisión tomada en relación con alguien que
ha matado a 25 personas. Y lo mejor del caso, créanme, es
que esos datos y argumentos, de haber sido reseñados por
otro político, hubieran terminado, sin duda, haciéndome
bostezar y apagando el televisor.
Si bien con Alfredo Pérez Rubalcaba, por más que uno esté en
desacuerdo con él en muchas cosas, cuesta lo indecible
apartarse de la televisión. Y es que el actual ministro del
Interior es capaz de encandilar a la concurrencia. Y es así
porque en cuanto abre la boca se hace dueño del escenario.
Es un actor consumado a la hora de describirnos cualquier
problema y las razones que haya tenido alguien, en este caso
su Gobierno, para tomar la correspondiente decisión. A este
hombre, nuestro Fouché, no se le debe oponer un adversario
como Zaplana. Cuya voluntad sólo le permitió salvarse
del KO dramático. Rubalcaba sigue siendo Rubalcaba. Un
respiro para ZP.
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