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OPINIÓN - JUEVES, 15 DE MARZO DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Alfredo Pérez Rubalcaba
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Decían de él que estaba a punto de mandar a Rodríguez Zapatero donde los chirlos mirlos. Porque no aguantaba ni un minuto más tener que ponerse ante los focos, una y otra vez, para rescatar al presidente de su carrera vertiginosa hacia la sima. Y todo porque éste, según le achacan, es proclive a despeñarse por laderas peligrosas.

También parecía acusar los primeros indicios de agotamiento, conducentes a la depresión, por estar al frente de un ministerio que termina desquiciando a sus titulares. Porque ser ministro del Interior es ya hablar de cosas mayores. De ahí que no se entendiera que alguien, a quien se le atribuye una mente privilegiada y mefistofélica, hubiera aceptado ser el policía más poderoso de España a estas alturas.

Cuando el atentado de Barajas, sus enemigos, que son legión, principiaron a prepararle su obituario político. Algunos se relamían de gusto pensando en que, al fin, el Fouché español había cavado su fosa y ella serviría para que el Gobierno de ZP se quedara expuesto a todos los vientos como la flor del vilano.

De Alfredo Pérez Rubalcaba se ha dicho que es un reptil, un profesional de la intriga, un tipo con cara de diablo y que además ejerce su papel de malo con enorme satisfacción. Y hasta le han comparado muchas veces con el ya citado Fouché. Político y estadista francés, del siglo XVIII, cuyo lema era el siguiente: “En la lucha no estoy con nadie, al final de la lucha estaré con el vencedor”.

Aún resuenan sus palabras en la calle Génova, cuando lo del 11-M: “Los españoles no merecen un Gobierno que miente”. A partir de entonces, esa sentencia breve de APR, revestida con la expresión solemne que éste maneja con maestría, adaptándola al momento y a la situación, se enquistó en el corazón de los populares. Que lo vieron ya, decididamente, como el anticristo que los echó del poder.

De manera que la derecha se disponía a celebrar con sumo gusto que el maligno Rubalcaba hiciera realidad lo que parecía algo cantado: quemarse en la hoguera del abandono. Y allá que le dieran a ZP, dado sus desvaríos políticos, por retambufa. Por consiguiente, no es de extrañar que haya sentado como un tiro, entre los populares, comprobar que Mefistófeles Rubalcaba está vivo y coleando. Más vivo y coleando que nunca. Al menos es lo que he podido apreciar durante su comparecencia en el Congreso para responder acerca de la excarcelación de De Juana Chaos -criminal desde la cuna-.

El ministro del Interior volvió a exhibir todas sus habilidades para exponer datos y argumentos acerca de la política penitenciaria que se hizo cuando gobernaba el PP. Sacó a relucir sus incuestionables y variados recursos a la hora de ir rebatiendo las denuncias que ha recibido su partido por la decisión tomada en relación con alguien que ha matado a 25 personas. Y lo mejor del caso, créanme, es que esos datos y argumentos, de haber sido reseñados por otro político, hubieran terminado, sin duda, haciéndome bostezar y apagando el televisor.

Si bien con Alfredo Pérez Rubalcaba, por más que uno esté en desacuerdo con él en muchas cosas, cuesta lo indecible apartarse de la televisión. Y es que el actual ministro del Interior es capaz de encandilar a la concurrencia. Y es así porque en cuanto abre la boca se hace dueño del escenario. Es un actor consumado a la hora de describirnos cualquier problema y las razones que haya tenido alguien, en este caso su Gobierno, para tomar la correspondiente decisión. A este hombre, nuestro Fouché, no se le debe oponer un adversario como Zaplana. Cuya voluntad sólo le permitió salvarse del KO dramático. Rubalcaba sigue siendo Rubalcaba. Un respiro para ZP.
 

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