Cada cierto tiempo, y de modo
cíclico, las brigadas adscritas a la Viceconsejería de
Dotación y Servicio limpian de todo tipo de desechos los
alrededores de los famosos barracones del Sardinero en los
que habitualmente andan escondidos y habitando inmigrantes
pese a las contínuas actuaciones policiales destinadas a los
desalojos de estos irregulares en las naves ‘abandonadas’;
motivo de cierta pugna entre propietarios y Ayuntamiento
para el logro de una solución definitiva que apunta, parece
ser, a la construcción de viviendas en esta zona
urbanísticamente emergente de la ciudad.
Si bien no se puede generalizar en cuanto al ‘abandono’ de
las naves ya que hay algunas que siguen estando en uso por
la actividad a la que está dedicada y perfectamente
vigilada, existen otras que son las que causan el problema.
Los vecinos de los alrededores no cesan en sus quejas por lo
que ven cotidianamente ante sus propios ojos sin que se
encuentre una respuesta contundente, ni policial, ni
administrativa.
Lugar de descanso de los sin papeles, las naves del
Sardinero se encuentran en todos los ‘mapas’ de la
inmigración ilegal como ‘residencia’ gratis. Argelinos,
marroquíes, subsaharianos... han ido pasando por sus
variados e incómodos aposentos de catres acartonados,
ambientado de pestilencia y con un extra de insalubridad
extremadamente apropiado para el contagio de todo tipo de
enfermedades bien cutáneas, bien gástricas.
Desde la barriada de la Estación, a ciertas horas, los niños
tienen prohibido acercarse a uno de los lugares de acceso a
semejante punto ‘residencial’. El problema se alarga en el
tiempo y los trabajos de los despachos se eternizan de un
modo innecesario. Lo prolijo, desesperante y la lentitud de
la Justicia juega, en este caso, a favor de quienes sin
importarles el bien general esperan saldar positivamente
para sus intereses las plusvalías dimanantes del futuro ya
proyectado de la zona. Es el feo juego de la paciente
espera.
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