La celebración en nuestra ciudad de las Primeras Jornadas
Socioculturales de Interpretación de la Lengua de Signos
Española, culmina el trabajo que llevan realizando las
asociaciones del colectivo sordomudo en Ceuta desde hace
unos 8 años.
Tanto la Asociación de Sordos de Ceuta (ASORDCE), como la
Asociación de Padres y Amigos de Sordos de Ceuta (ACEPAS),
comenzaron su lucha por la puesta en marcha en la ciudad del
Ciclo Formativo de la Lengua de Signos con el vivo interés
de multiplicar los recursos educativos, entonces muy
escasos, de los menores con esta discapacidad. Costó mucho
esfuerzo que el Ministerio de Educación y Ciencia aprobase
la medida hace seis años, pero se consiguió que dos centros,
el Juan Carlos I y el Instituto Almina, acogiesen desde
entonces los llamados Centros de Integración, uno de
primaria y otro para educación secundaria respectivamente.
Era el primer paso para ganar la cima de la igualdad en la
escalada de la integración. En estos centros se impartirían
clases de, y en Lengua de signos, un recurso que multiplicó
milagrosamente las opciones de integración social de los
menores sordomudos de Ceuta, que han podido acceder así
desde entonces a una formación más completa que la que
tenían con anterioridad, cuando toda la educación era oral.
Gracias a esta iniciativa, hoy Ceuta cuenta con un amplio
elenco de traductores, que ofrecen sus servicios a las
instituciones de la Ciudad, en muchos casos de forma
gratuita.
Hoy, por desgracia, las dificultades siguen estando
presentes para este colectivo, que si bien puede acceder a
una educación preparada y asequible para ellos (no en todos
los casos, claro) siguen encontrando trabas en el mundo
laboral. Es esta una nueva cota a alcanzar, la de la
formación de adultos para facilitar su acceso a un puesto de
trabajo, y en ello se está trabajando, pero el alto índice
de paro ceutí no ayuda.
A quienes somos profanos en este asunto de la Lengua de
signos se nos antoja complejo y casi artificial, pero lo
cierto es que lleva detrás toda la carga de profundidad que
tiene una Lengua en toda la amplitud del término. Cada
comunidad lingüística, cada grupo de personas que comparten
un mismo código de comunicación y conducta, necesitan de
éste para desarrollar su propia forma de ver la realidad.
Las cosas, como decía el griego, existen porque podemos
nombrarlas, gracias a este código también pueden ‘signarse’.
Como todas las lenguas, la lengua de signos encierra una
forma de comportarse, no es simplemente la mímica del
comerciante que quiere regatear en el precio, es una seña de
identidad para todo un colectivo, y lo más importante, su
voz silenciosa, su grito a la incomunicación.
Estudios como los de Stokoe, de 1960, o las investigaciones
de Klima y Bellugi a finales de los setenta, han terminado
por disipar las dudas de que el lenguaje signado es una
Lengua ‘natural’, y que se ha desarrollado, al menos en
parte, de forma independiente al lenguaje hablado, teniendo
sus propias estructuras sintácticas (construcción y
ordenación de las oraciones) y organizativas, además menos
rígidas que la lengua hablada de los idiomas modernos.
A partir de la segunda mitad del siglo XX los avances
lingüísticos dejaron claro que la Lengua de signos era un
sistema lingüístico completo, aunque la aceptación en los
distintos países ha sido muy desigual, a pesar del carácter
‘internacional’ y policultural del sistema signado.
En la actualidad queda lejos la que, por increíble que
parezca, fue visión generalizada sobre este colectivo de
personas, que no era otra que su exclusión de la
‘inteligencia propia del Hombre’ en base a una
malinterpretación del pensamiento aristotélico que
relacionaba pensamiento con lenguaje. Eran vistos como
animales. Hoy, está aprobada una ley que obliga a las
instituciones del Estado y de las administraciones públicas
a tener un intérprete de Lengua de signos que traduzca a los
sordomudos lo que no pueden oir pero sí comprender.
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