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OPINIÓN - MARTES, 13 DE MARZO DE 2007

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Del horror
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Apuesto cualquier cosa a que han visto en los diferentes telediarios la noticia de la desaparición del niño de siete años que estaba jugando junto a su casa. Sí, ese mismo, el gafoncillo y orejudillo pequeño de Canarias. Panorámica del pueblo polvoriento y desolado, los equipos de búsqueda con los inteligentes guías caninos (¡que no daría servidora por poseer un guía canino jubilado!) la Benemérita en jeep, los hombres a caballo y la tragedia que se masca, sólida, llena de malas sospechas y peores incertidumbres. Nunca España es tan negra ni tan de Buñuel, de tambores de Calanda, de las Hurdes que recorriera horrorizado Alfonso XIII y de la leprosería de Alicante, como cuando desaparece un niño, se evapora en el aire, se pierde en la angustia de los padres. Y más en la de esa madre destrozada que, por estar amamantando, no puede echar mano ni al remedio del Valium, que atonta el cerebro y apaga el espíritu. Porque, para afrontar y soportar el horror hay que echar mano de la química, para eso estamos en el siglo XXI y el sufrimiento a pelo es algo brutal e innecesario. Mejor apagar la luz del alma atontándola con remedios de botica que ayuden a aguantar. Rumores y sospechas…

Buscan al orejudillo por los tajos y los barrancos, por los pozos y los quebrados, por puertos y aeropuertos. Final compasivo si ha cerrado los ojos en lo hondo de un cortado, tras una caída, un impacto y el fin. Pero ¿Y si…? Y son los “¿Y si…?” los que hacen temblar , cualquier cosa antes que caer en manos de un pedófilo (Dios los confunda) de esos a quienes no se desea la muerte, sino que entren al talego, porque eso es mucho peor. La justicia carcelaria es muy de hombres, muy dura y muy salomónica. Son códigos no escritos, transmitidos por tradición oral. Antes los grandes proscritos de las cárceles eran los pedófilos, los asesinos de niños y los violadores, ahora han ampliado el espectro de alimañas susceptibles de recibir severísimos correctivos, con los terroristas. Por eso suelen separar a la mierda del resto de presos honrados, para protegerla y que no les apliquen la capital taleguera de pincho en el patio, en medio de un corrillo que se desvanece y queda el pincho hecho con el mango de una cuchara o con muelles de un colchón, en plan artesanal, el ajusticiado y un chapotear de sangre en los zapatos de los funcionarios.

Cosas de hombres, que los hombres encerrados son como son y tienen su moral y sus costumbres. ¿Qué eso es también la España negra? Sí. Negra y algo lorquiana, de Casa de Bernarda Alba, del Alcázar de Toledo “Sin novedad en el Alcázar”, de vaqueiros y maragatos, razas y estirpes vernáculas y malditas para unos, mágicas para otros. Mi abuelico, el tío José, dicen que contaba y no paraba de los sacamantecas, también llamados “mantequeros” que secuestraban a los niños para quitarles las mantecas y la sangre y curar con ella a los tísicos y a otros enfermos a quienes galenos y curanderos aconsejaban beber o embadurnarse con plasma o grasa infantil para sanar. A los gitanillos les secuestraban más que a los payos, porque no estaban contados, pero muchos niños desaparecieron en aquellos años perros y negros y niños siguen desapareciendo en estos exquisitos años de la España “del bienestar” para pocos y de la jodienda para muchos. El horror es horror y se escribe en sangre y en mantecas de los “mantequeros” y en orejudillos canarios de siete años que aparecen retratados sonriendo y con gafas. ¿Dónde estarán ahora, en este momento, las gafas del niño? Nos queda rezar por él y por sus padres y pedirle a Dios que nunca, jamás, nos mande, todo aquello que somos capaces de soportar.
 

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