Miguel Ángel Rodríguez,
periodista que fuera cargo importante en el Gobierno de
Aznar, y amigo íntimo de éste, ha dejado entrever que
Felipe González tuvo que ver con el atentado sufrido por
el entonces candidato a la presidencia del Partido Popular.
Oigo estas declaraciones en La Sexta de un sábado por
la tarde, cuando muchos ciudadanos se preparan para
manifestarse contra el Gobierno de José Luis Rodríguez
Zapatero. Y no puedo por menos que encogerme. Que sentir
esa inquietud causada por quienes usan las palabras como
armas de destrucción masiva.
En esta España actual, los hay que se han propuesto alentar
a las masas para que pierdan los papeles y se haga realidad
una noche de cuchillos largos. Aquí, como decía un
columnista a quien suelo leer, no hay escapatoria: “O se
está con el Gobierno o con la oposición”. O se sale a la
calle para gritar consignas contra Zapatero o se le
disculpa; cualquier cosa menos pedir calma y tratar de
hacerles comprender a unos y otros que están jugando con
fuego. Puesto que quienes adoptan esta postura, lejos de la
sinrazón y del grito por sistema, son considerados tibios
carentes de valor por no tomar partido por uno de los lados
contendientes.
Los hay que no quieren entender que haya personas que no son
ni del PP ni del PSOE. Que han llegado a la conclusión de
que tienen que poner en cuarentena todos los mensajes que
reciben. Y que suelen votar tras analizar minuciosamente
comportamientos de quienes lideran unos partidos dispuestos
a lo que sea con tal de ganar unas elecciones. Y no todo
vale.
No vale, de ningún modo, que un dirigente de un partido le
diga a otro que está del lado de los etarras. Esa acusación
es, además de una calumnia, colocar al afrentado frente al
pelotón compuesto por quienes están esperando cualquier
indicación para cometer una salvajada.
El ejemplo más reciente se ha dado en el fútbol. Cuando dos
presidentes consiguieron que las divisiones entre béticos y
sevillistas estuviesen a punto de poner un muerto en un
escenario que ellos antes habían preparado al efecto.
Escribo muy de mañana de un sábado que tiene en Madrid el
fin de fiesta de unas manifestaciones habidas ya en toda
España. Destinadas a arremeter contra la política
antiterrorista del Gobierno socialista. Y, sobre todo,
convocadas para medir la fuerza y capacidad de movilización
que tiene Mariano Rajoy frente al poder del PSOE. Y
quedo enterado además de cómo se ha desarrollado la
manifestación en Ceuta.
Los periódicos no se ponen de acuerdo en lo tocante al
número de asistentes. Unos hablan de setecientos y otros de
mil. Tampoco el número de participantes ha sido como para
que los interesados tiren cohetes. De haberse convocado la
manifestación para concitar opiniones favorables al
presidente de la Ciudad, se habría triplicado el número de
participantes.
A Juan Vivas, por disciplina de partido, le hacen
figurar en actos que a él se le atragantan. Y es que cada
cual es como es y resulta muy difícil cambiarle el paso.
Ojo, pues los hay siempre dispuestos a tergiversar las
opiniones, no estoy diciendo que la sensibilidad de Vivas no
se resienta ante el trágala legal de que De Juana Chaos
se haya ido a su casa. Sino que a él, a pesar de eso y de
otras cuestiones, le sienta fatal ser cabecera de cartel de
cualquier manifestación. No se siente a gusto portando
ninguna pancarta. Y mucho menos gritando consignas
fabricadas en Madrid.
De ahí que, conociéndole, me atrevo a pensar que una duda
puede estar rondando su caletre: ¿Influirán estas
demostraciones en contra de mi tirón electoral? Uno siempre
tratando de ir más allá de lo que son las apariencias.
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