En estos días, donde se viene
hablando tanto del dolor de quienes han padecido el
asesinato, o la mutilación, de algún familiar por parte de
la banda terrorista ETA, hay personas que se están
distinguiendo por hacernos creer que ellas han sufrido tales
atentados como cosa propia y no han cesado de estar siempre
al lado de las víctimas con vida. Oigo a esas personas, leo
sus declaraciones al respecto, en estos momentos, y trato de
hacer de tripas corazón para creer que todas esas desgracias
les impiden tener siquiera un instante de reposo. Que viven
en un continuo ¡ay! por todas los crímenes cometidos por
esos vascos de mala ralea.
Y llego a la siguiente conclusión: esa gente está hecha de
otra pasta. Esa gente, sufridora en extremo por los demás,
hasta el fin de sus días, nos empequeñecen a todos los que
nos sentimos nada más que disminuídos por la muerte de
cualquier hombre y en cualquier parte del mundo. Mas pronto,
antes de atribuirme un sentimiento culpable por no ser como
ellos, caigo en la cuenta de que yo los he visto comportarse
de manera bien distinta cuando los asesinatos se cometían en
tierras lejanas y por cuestiones basadas en mentiras.
Y he aquí que la guerra de Iraq viene a socorrerme. A
impedirme que caiga en las garras de una depresión por no
ser como ellos. Tan buenos. Tan dados a vivir las desgracias
de los prójimos con idéntico dolor como las suyas. No
obstante, para cerciorarme de lo que decían algunos cuando
las bombas mataban a los iraquíes, y entre ellos pasaban a
mejor vida innumerables niños, acudo a la alacena de la
memoria. Y extraigo las siguientes palabras de políticos que
ahora están travestidos de plañideras:
-En qué lío no has metido nuestro presidente. Como Bush
no sea capaz de liquidar a esa gente cuanto antes, seguro
que perderemos las elecciones.
Convendrán ustedes conmigo, sin duda, que haya decidido
dejar la letra sin nombres. Pues sería contraproducente por
cuestiones obvias.
Entonces, cito de memoria, escribí yo acerca de una niña,
llamada Zeina Hazed, que había perdido una pierna y
se hallaba en el hospital de Basora tendida en una cama
junto a su abuela. Y los hubo que me tacharon de sensiblero
de tres al cuarto. Mientras ellos, los buenos de ahora, los
sufridores permanentes por las tragedias ajenas, sólo
pensaban que tanta muerte y destrucción estaba bien si acaso
se lograba en el menor tiempo posible. De lo contrario, las
urnas podrían pasarles factura de un hecho criminal forjado
con mentiras indiscutibles. Y así fue.
Claro que es sumamente necesario estar de parte de las
víctimas. De todas las víctimas en general. Y prestarles
todas las ayudas posibles y aún más. Aunque reconociendo,
desde luego, que las víctimas no son únicamente las
producidas por ETA. Que hay otras muchas como muchos y
variados son sus victimarios.
Por consiguiente, cuando oigo o leo declaraciones de quienes
andan estos días proclamando, a cada paso, que están al lado
de las víctimas y de los que sufren. O tratan de lucirse
citando frases que llaman impactantes. En clara alusión a lo
acontecido con el criminal De Juana, me es imposible
olvidar que todos hemos sido víctimas en al gún momento. Y
que por no pertenecer al círculo de quienes mandaban en ese
tiempo, nos hemos vistos solos ante las injusticias
recibidas. Olvidados de quienes podían dar un paso al frente
en favor de esclarecer la verdad de nuestras desdichas. E
incluso hubimos de soportar que se pusieran de parte de
nuestros verdugos. Una ignominia más destructiva aún que el
atentado en sí.
Yo siento el dolor de las víctimas. De todas. Durante el
tiempo necesario. Lo que nunca haré es tratar de sacarles
réditos.
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