Me senté ante el televisor para
ver la comparecencia de José Luis Rodríguez Zapatero
en el Senado. Convencido de que iba a presenciar un
espectáculo bochornoso. Si bien me quedé corto en mi
apreciación. Pues los llamados padres de la patria, además
de hacerme sentir vergüenza, dieron, una vez más, muestras
indiscutibles de estar generando odio en un pueblo donde el
impulso cainita de sus ciudadanos, al parecer sólo dormido,
según airean algunos intelectuales, puede despertarse y
meternos en belenes.
De continuar los políticos con estas zaragatas, dispuestos
en todo instante a montar un cirio convertido en diferencia
y así ganarnos para su causa, día llegará en el cual el
cainismo saque a relucir sus modos. Y ya sabemos que cuando
la pasta de dientes se sale del tubo, es imposible volver a
reintegrarla en él.
El caso de De Juana Chaos se ha convertido en
principal debate para despertar la hostilidad entre
españoles. Para que dirimamos a garrotazo nuestras
divisiones. Como si el pasado, aún enquistado entre partes,
no estuviera al acecho a fin de ajustar cuentas que muchos
no creen saldadas. Quien es capaz de asesinar, aunque sólo
sea una vez, debería tener agotada su capacidad de vivir.
Quien lo ha hecho en veinticinco ocasiones se ha hecho
merecedor de morirse muchas veces ante la indiferencia de
los demás. Y, desde luego, sin acceso a ningún paliativo.
Haber dejado que este etarra, criminal desde la cuna,
hubiese expirado en la cama del hospital, por huelga de
hambre, no hubiera sido nunca motivo de remordimiento para
los gobernantes. Nunca. De hecho, a Felipe González
no le tembló el pulso cuando Manuel Sevillano, el
marchenero perteneciente al GRAPO, decidió tomar esa
decisión. Incluso, en su día, lo que más se criticaba era la
forma de alimentarlo contra la voluntad del terrorista.
Por lo tanto, absurdo es negar, en el caso que nos ocupa, el
de un asesino en serie, que el Gobierno ha concedido la
prisión atenuada por motivos políticos. Una realidad que no
admite discusión. Puesto que alegar motivos humanitarios es,
además de mentira, una broma de mal gusto y una manera de
cabrear a quienes pensamos que el Partido Popular está
teniendo un comportamiento tan desafortunado como peligroso
para la convivencia en España.
Así, con ambas partes, es decir PSOE y PP, enfrentadas hasta
límites inconcebibles, con el único fin de ganar las
elecciones, lo ocurrido en la Cámara Alta, el miércoles
pasado, es un aperitivo de lo que se avecina. Un adelanto de
que debemos estar preparados para lo peor. Y es que los
parlamentarios manifiestan su gozo cuando se comportan como
energúmenos. Es como si sus escaños los facultara para
exhibir una mala educación que los convierte en seres
impresentables. Tan aborrecibles como culpables de que mucha
gente vea en la abstención el mejor castigo a esa conducta.
Pío García Escudero, portavoz del PP en el Senado, es
político cuya palabra resulta demoledora para cualquier
adversario. Sabe, también, denunciar con gestos apropiados y
por ello resulta creíble lo que dice. Porque lo dice bien.
En suma: reúne cualidades suficientes para que destaque su
condición de buen político. Conque no necesita de esa claque
de senadores cuya única misión consiste en comportarse como
gamberros con el único objetivo de impedir que hable el
contrario. En esta ocasión, el presidente del Gobierno. Daba
pena, y lo saco a relucir, como arquetipo negativo y
destacado del conjunto del grupo popular, comprobar la
figura descompuesta de Teófila Martínez. De esa
manera, y por más que el Gobierno haya estado falto de
sensibilidad, flaco favor se le hace a la convivencia entre
españoles.
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