José Luis Rodríguez Zapatero
llevaba ya mucho tiempo puesto en la picota. Todo comenzó
por su aversión manifiesta a Bush y la retirada de
las tropas de Iraq. Es decir, en pocos meses pasamos de
tener a un presidente que se codeaba con el amo del mundo, y
lo disfrutaba con creces, a otro que incluso creyó oportuno
desairarlo.
Semejante actitud, por más que el actual presidente de
Estados Unidos estuviera etiquetado ya de mastuerzo,
resultaba inconcebible para la oposición. Y pronto
calificaron a ZP de cretino. Y, desde luego, de hacer una
política exterior acorde a su condición de imbécil. Un
imbécil que llegaba, además, convencido de que él era el
hombre elegido para lograr que los etarras abandonanse las
armas. Lo que se dice un iluminado. Y, claro, tales ínfulas,
en un tipo que nunca había destacado en nada y que ni
siquiera había tenido un currelo conocido, resultaban
insoportables.
Por si fuera poca su osadía, el tío aparecía siempre con una
sonrisa dedicada. Lo cual jode mucho; pues como somos tan
amantes de las tradiciones y de los estereotipos, todavía
estamos hechos a la idea de que los españoles debemos
distinguirnos por ser unos señores bajitos y con aires de
cabreados de por vida. Máxime si se ocupa un cargo al cual
hay que vestirlo con ropajes de solemnidad y con grandes
dosis de histrionismo.
Con los antecedentes ya reseñados, a ZP se le ocurrió
meterse en componendas estatutarias con los catalanes.
Olvidando que por ese camino España ha tenido grandes
problemas. Que el Estatuto de Cataluña ha sido siempre
sinónimo de grandes divisiones. Y, naturalmente, ha venido
sirviendo para alimentar la idea de que lo que andan
buscando es la independencia a toda costa. Tampoco fue bien
recibido por la Iglesia; que sabia por alcahueta, según me
confesó un día el presidente del Tribunal de la Rota de
Sevilla, intuyó bien pronto que la sonrisa de ZP estaba
poseída por el demonio de un laicismo más recalcitrante que
el de Azaña. Y, deprisa y corriendo, los obispos más
conservadores ordenaron que las campanas de la Cope tocaran
a rebato.
A partir de entonces, sólo cabía esperar que los terroristas
decidieran, Dios sabrá por qué causas e incitaciones, cuando
les tocaba poner la bomba apropiada para que el iluminado,
Rodríguez, renunciara al optimismo y perdiera, de una vez
por todas, esa sonrisa que ya dicen tiene todas las trazas
de pertenecer a un hombre necesitado de tratamiento
psiquiátrico. Dado que, según leo, es de loco de atar el
haber excarcelado a De Juana Chaos.
Ahora, disparatadas las dos Españas más furibundas, mientras
la tercera asiste atónita a los enfrentamientos verbales y
teme que las pasiones, instigadas, en bastantes casos, por
intereses espúreos, conduzcan a situaciones de las cuales
hayamos de lamentarnos, se me viene a la memoria esta cita,
atribuida a José Luis López Aranguren: “La moral se
esgrime cuando se está en la oposición; la política cuando
se está en el poder”. Para que esta cita se convierta en
silogismo, necesita una tercera proposición razonada: esa
forma de actuar de los gobernantes, desconcierta a los
ciudadanos, los enfrenta y azuzados por unos y otros salen a
la calle cegados por el odio contra quienes creen que son
sus enemigos acérrimos. Y por más que se llame al orden, es
movimiento que se sabe como empieza pero jamás cual termina.
Mariano Rajoy, jaleado por quienes creen que es el
momento adecuado para destrozar al Gobierno, ha decidido
convocar una manifestación, bajo el lema de “España por la
libertad, no más cesiones a ETA”. Ojalá que los daños sean
menores que las aspiraciones de quien está jugándose su
futuro político.
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