La política no es un ejercicio
suave y amistoso. Es conocido que en los partidos priman
intrigas y rencores. Se suscitan odios entre dirigentes que
poco a poco van minando el poder de las siglas. Y todo ello
como consecuencia de ese deseo irrefrenable de quienes
quieren mandar cada vez más para hacer de su capa un sayo.
En defensa de estas luchas internas y casi siempre
barriobajeras, se alega que sirven como preparación para
enfrentarse a los opositores. Puede que así sea, siempre y
cuando tales prácticas no desemboquen en aborrecimientos tan
arraigados que ayuden a socavar los cimientos del partido.
Cuando la tirria alcanza una intensidad tal que lleva a los
líderes a destruirse entre sí y, durante los
enfrentamientos, consiguen dividir a los militantes del
partido, éste comienza a degradarse y a emitir señales de
debilitamiento. Todos los partidos, por no hablar de
gobiernos, han padecido las luchas intestinas y han
terminado por pagar sus consecuencias. Se han visto dañados
hasta el punto de que luego pagaron su cainismo con creces.
Aún me acuerdo de cómo la UCD se fue derrumbando porque sus
llamado barones no podían soportarse. Tampoco me es ajeno de
qué manera los socialistas de Ceuta, aquellos que recibieron
con vitores el triunfo sonado de Felipe González en
1982, se hicieron el haraquiri por disputas de consejerías,
prebendas, nombramientos, y parcelas desde las que imponer
sus deseos y, sobre todo, obtener dinero.
No ha mucho se armó la tremolina en el Partido Popular de
Ceuta, por mor de unas elecciones a la presidencia. Un
alboroto que fue creciendo a medida que las personas
enfrentadas iban levantando la voz para enterarnos de
situaciones que suelen normalmente buscarse acomodo en las
alcantarillas.
De aquel jaleo, más parecido a las riñas de patios vecinales
de cuando España era toda grisura y la miseria corrompía a
cada paso, se abrieron heridas que fueron restañadas, pero
que aún siguen supurando. Por más que haya quien se empeñe,
con buen criterio, en desplegar habilidades con agasajos
donde se quiere hacer ver que aquí no ha pasado nada y to
er mundo es güeno.
Aquel revuelo entre los dos candidatos a la presidencia,
Pedro Gordillo y Emilio Carreira, sirvió para ir
olvidando otro que pudo haber hecho trizas las aspiraciones
del PP. Si bien para exponerlo tendría yo que hablar de
Jesús Fortes. Y hoy no me toca referirme a él. Puesto
que el hombre prefiere pasar inadvertido. Y uno, respetuoso
con su proceder, lo entiende y lo acepta.
Sin embargo, bien harían los mandas populares en procurar
por todos los medios no caer en las redes de la ambición
desmedida, cuando falta nada y menos para unas elecciones
donde están colocados y ganadores. Trataré de explicarme.
Yo comprendo que haya muchos nervios entre quienes no
quieren dejar de ser diputados y los que aspiran a serlo. Y
que estén en ascuas todos los que esperan impacientes la
composición de esas listas electorales. Ya que son muchas
las personas que dependen de ellas para disfrutar de un modo
de vida distinto. No olvidemos que los partidos se han
convertido en agencias generadoras de empleos. De ahí que
circulen rumores de todo tipo y que el personal afectado
suspire a cada paso.
Mas todo lo dicho, con ser un factor de división interna
(pues a fin de cuentas es Juan Vivas quien debe
gobernar y lo lógico es que lo quiera hacer arropado por los
suyos), es menos peligroso que la disputa entre líderes por
hacerse con las riendas de la consejería de Fomento. Por ahí
puede empezar la decadencia del PP. Así que oído al parche.
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