Me da miedo de esta sociedad
enferma que no hace nada, o lo hace tarde y mal para cubrir
el expediente y lavarse las manos. A los hechos me remito.
El maltrato doméstico está a la orden del día. En cuanto a
los niños ha crecido en España un 150% en los últimos cinco
años. Ya no les digo nada lo que se ha disparado la
violencia de género que hasta el Gobierno, alarmado, ha
puesto en marcha Unidades específicas en todas las
provincias para luchar contra esta lacra. Medidas que son
más de lo mismo, puesto que el problema es otro, que parece
no interesa reconocerlo o reconocerse. Lo verdaderamente
repugnante, aparte de la falta de libertades y de la
sensación de inseguridad jurídica que hoy día respiramos, es
que se han arrancado de raíz valores naturales, con
legislaciones contra natura, hasta degradar al ser humano a
lo más ínfimo, al mundo de las cosas.
No se puede garantizar convivencia alguna en un ambiente
injusto, creciente en desigualdades, donde el que tiene
poder económico es el rey del mango. Cuando una sociedad
enferma, porque ha perdido la conciencia humana, o sea el
corazón de su razón de vida, todo se deshumaniza y se abre
la veda a los hechos más barbaries. Lo nefasto es que
sigamos en la confusión conceptual de convertir delitos en
derechos, de propiciar dudas y cinismos, el miedo y la
impotencia, inmadurez e infantilismo… A propósito, ya se
tiene constancia de padres que dejándose llevar por modas
llevan a sus hijas fuera de España para que las sometan a la
mutilación genital femenina, quizás pensando en que la
procreación es una limitación para la mujer. En esta misma
línea de paranoia, algunas agencias de viajes no dan abasto
a la demanda de turismo sexual. Está visto que la sociedad
está tan erotizada como errada. Esta realidad demuestra la
frustración de un tiempo que es puro engaño. Desde luego, es
un mal ejemplo para las generaciones futuras, este tipo
degradante de comportamientos; donde lo que menos cuenta es
preparar a los jóvenes para que aprendan a vivir una
relación de pareja, lejos de toda confusión sexual o de
aislamiento.
Cada día son más los que se sienten sin familia en esta
sociedad confusa, a la que se le insta a probar todo tipo de
sensaciones y a hacer todo tipo de locuras. En la base de
estos fenómenos, contrarios al mismo ser humano, está muchas
veces una corrupción de la idea y de la experiencia de la
libertad, movida en orden a un falso bienestar que no llena.
Por desgracia, el poder de destrucción humano navega a sus
anchas, sin moralidad pública que le controle, con andar
altanero y con un aluvión de desafíos. Una sociedad que
parecía haber encontrado el camino del sosiego, vuelve a
hallarse ahora dividida en la confusión y enfrentada en la
estupidez. Hemos vuelto para atrás. Y lo peor de todo ello,
es que los aires continúan propicios a la desesperanza. Me
niego a seguir disimulando mi preocupación y habrá que
ponerse manos a la vida para el fortalecimiento. Para
empezar voy a pedir una vacuna de prevención contra la
descarada tendencia de las instituciones políticas a meterse
en mi hogar. Pensaba yo que las decisiones de familia las
tomaba la familia, -no es democrático este intervencionismo
injustificado y asfixiante que a veces soportamos-; y que,
en todo caso, los poderes públicos ya tenían bastante con
asegurarnos su protección, como puede ser la libertad de
enseñanza, la religiosa y tantos otros derechos… a los que,
en ocasiones, se nos pretende dar gato por liebre. El pueblo
no es tonto, lo advierto.
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