El desinterés de los ciudadanos
por la política es evidente. Lo cual es una consecuencia de
lo mal visto que están los políticos. La gente les ha
perdido el aprecio y lo peor es que también los acusa de ser
los culpables de los muchos males que nos aquejan.
Los partidos se han convertido, desde hace ya mucho tiempo,
en agencias de colocación. Empresas destinadas a conceder
empleos a quienes les juren fidelidad de por vida. Las ideas
han pasado de moda y la militancia se sostiene con
prebendas.
Llevamos casi tres años donde la bronca permanente entre el
Gobierno y la oposición está causando hastío en el pueblo.
Es verdad que los debates entre políticos forman parte del
juego democrático. Son necesarios. Aunque no hasta el
extremo de estar todo el día poniendo cara de Pepiño Blanco,
de Acebes o Zaplana.
Ninguno se toma un respiro. Dan la impresión de que llevan
mucho tiempo sin comerse una rosca. Más les valdría imitar a
Clinton a ver si se les cambia el semblante y dejan de
mostrarse con esa agresividad de hombres insatisfechos.
Al Partido Popular, nunca me cansaré de decirlo, la forma de
comportarse de los ya reseñados políticos le impide avanzar
en las encuestas. Convertirse en verdadera alternativa de
poder. En cuanto asoman sus cabezas por los telediarios hay
muchas gentes que tuercen el gesto y miran hacia otro lado.
Y qué decir cuando aparece el nuevo D’artgnan. Produce grima
verlo en esa línea de los mejores histriones, con aire de
perdonavidas insoportable, y dispuesto a que en su partido
se le siga rindiendo pleitesía acorde con su afán de
convertirse en el Deseado. Está tan metido en su personaje
de gran estadista y tan convencido de que España sin él
acabará hecha un desastre, que hasta José María García,
otrora su amigo del alma, lo describe como un personaje
trasnochado.
Aunque bien es verdad que José María Aznar cuenta con un
yerno, tan vividor y tan actual, que se permite el lujo de
declarar que su suegro nunca está ni de buen ni de mal
humor. Sencillamente, porque carece de él. Si bien es cierto
que Tariq Agag es el único capaz de alegrarle las
pajarillas.
Pues bien, con tales formas de ser de sus dirigentes más
destacados, el PP se aleja cada vez más de ese espacio
político que llaman centro. Y que significa moderación y
renuncia a la gresca diaria, a la trifulca cada dos por tres
y a llenar las calles de vociferantes por sistema. Todo ello
conduce a que Mariano Rajoy se sienta como gallina en corral
ajeno. Puesto que él no es partidario de la bronca. De gran
utilidad para el desahogo momentáneo. Pero que quita votos a
granel.
Y MR, debido a que se encuentra sometido a la presión de los
más fieles militantes que le piden que combata con fiereza a
los socialistas, mientras sus consejeros más leales le
recomiendan calma, anda hecho un mar de dudas. Y esas dudas
influyen negativamente a la hora de ser valorado cual líder.
Mal, según nos dice la última encuesta del CIS.
Los populares, ante esta situación, deberían aprender de
Juan Vivas. Que lleva ya más de seis años en el poder y aún
no ha conseguido nadie sacarlo de quicio. Y es que éste
consigue siempre que su estilo aparezca ecuánime. Y pocas
veces se desmanda en golpear a quienes tratan de provocarlo
con criticas personales. Hechas con la inequívoca intención
de reducir su estima. Es un profesional indiscutible de la
calma. De ahí que consiga dominarse para no actuar con
ligereza.
¿Acaso es todo pura superficialidad? Mas si fuera así, miren
ustedes, es el comportamiento ideal para gobernar una ciudad
con sangre fría. Una ciudad compleja, además, como es Ceuta.
|