De un tiempo a esta parte los
observatorios, de todo y para todo, se han puesto de moda.
Su creación está a la orden del día. Ante el más mínimo
problema, nacen los equipos de observadores, dispuestos a
poner orden en la realidad. Es lo que vociferan a los cuatro
puntos cardinales. Esto que, en un principio puede parecer
un sensible método de conocimiento de una situación, al
final suele quedarse sólo en buenas intenciones. Luego
resulta que, lo congruente entre los datos observados y sus
posibles soluciones, dista mucho de esos bienhechores modos
y maneras que se dicen, puesto que no se llevan a buen
término las saludables orientaciones. El desbarajuste lejos
de ordenarse, suele crecerse. Algo falla, pues, cuando se
avivan burlas, frustraciones, defraudación… Una de dos, o
los métodos no son los acertados o las medidas se quedan en
aguas de borraja. En cualquier caso me parece una tomadura
de pelo, impropia de un estado social y democrático de
derecho.
Por aquello de que la familia es célula de la sociedad y una
relación de amor gratuito entre sus miembros, me centraré en
los observatorios últimos creados al efecto. Téngase en
cuenta que si la familia natural se entiende, hablo
naturalmente del matrimonio formado entre un varón y una
mujer, la sociedad también cohabita mejor. Quizás si esto lo
tuviésemos claro, aplacaríamos muchos conflictos actuales.
Caminar contra natura es un mal rumbo para la concordia. En
su tiempo se creó el observatorio de la infancia, pero el
maltrato infantil sigue disparándose, sus políticas sociales
son escasas, poco se hace por mejorar los hábitos
alimenticios, de consumo y de ocio no adecuados, como lo
demuestra que cada día son más los niños que caen en las
redes del mundo de las drogas y otras adicciones. En la
misma línea también se creó el observatorio estatal de
violencia sobre la mujer, un órgano colegiado
interministerial, incapaz de erradicar la violencia de
género. Ahora se nos anuncia otro nuevo observatorio, el de
la convivencia escolar, para luchar contra el ascendente
acoso colegial y favorecer el entendimiento pacífico y
solidario en los centros educativos. Como parece percibirse,
ante un contrariedad social, se pone en funcionamiento un
observatorio del que, hoy por hoy y a mi juicio, se perciben
pocos resultados positivos.
La cuestión pienso no es la de sentirse observados, sino la
de sentirse realmente protegidos antes de que sea demasiado
tarde. Tampoco creo que es motivo para que el Estado se
entrometa legislativamente en nuestros sentimientos, más
bien nos hace falta sentirnos avalados por la seguridad
jurídica. Con esto no quiero decir que los observatorios
sean algo innecesario, quizás habría que extenderles más
medios, gentes cualificadas y ejemplarizadoras, menos
partidismo y más poderes consensuados. Estoy convencido que
sólo unidos, con mayor independencia y beneplácito,
ganaremos capacidad resolutoria. De lo contrario, pensaremos
que son observatorios ciegos, una ventanilla más donde
perder el tiempo, figuras institucionales decorativas que no
ven la evidencia, o que viéndola son torpes hasta la
saciedad para proponer estrategias, actuaciones y medidas
para prevenir y corregir situaciones contrarias a la
sociabilidad.
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