Hace tiempo conocimos el
chascarrillo aquel referido al director que llega a un
pueblo con su orquesta en la que “El Flauta” estaba enfermo
por lo cual decide, sobre la marcha, contratar a uno de la
localidad para sustituirlo, empezando el concierto sin haber
tenido la posibilidad de oírlo tocar anteriormente
incorporándolo seguidamente al grupo y empezando la
exhibición musical de su orquesta. Nada mas comenzar, “El
Flauta” empezó a desentonar, por lo que fue llamado al orden
por el director, con agitación de su batuta y con ostentosos
ademanes para que entrara en “tono” el aludido músico, pero
ni por esas. Este seguía a su aire sin enterarse de que
debía seguir una partitura y las indicaciones del director.
A todo ello, desde lo alto del gallinero de la sala donde se
celebraba el concierto, sonaba con estruendo una voz que
avisaba al director de que “¡”El Flauta” es un hijo de
puta!”. Y así continuamente: el uno desentonando y el otro
con el latiguillo de “Sr. Director: ¡”El Flauta” es un hijo
de puta!”. Tanto dieron la lata el músico y el espectador,
que el director, ya sin otros recursos c on que reparar el
desaguisado que se estaba presenciando, se volvió al
gallinero y con fuerte voz preguntó: ¿Quién es el hijo de
puta que dice que este es un “flauta”?.
Salvando las distancias, las situaciones y la vulgar frase,
vemos como en distintos ámbitos de la vida, tanto en lo
civil, en lo profesional o en lo político, nos encontramos
con personas portadoras de una faz de concha pétrea y unas
facultades innatas para el disimulo y el engaño, que carecen
de condiciones y disposición constante para las acciones
conforme a la ley de la moral, que “son semejantes a un
promontorio: las olas del mar se estrellan contra ellas y se
mantienen inmóviles hasta que en torno suyo se abonanzan las
aguas” (Marco Aurelio)- y que, sin embargo, vienen ocupando
altos cargos de responsabilidad, llenos de prebendas y bien
remunerados. Y entonces es hora de preguntarse sobre la
probidad de ciertos personajes, los menos por suerte, que
dirigen a través de sus empleos o cargos parcelas
importantes de poder, gobiernos o actividades profesionales,
o sea que, como “El Flauta”, están en la “orquesta” por pura
casualidad o causalidad (“combinación de circunstancias que
no se pueden prever ni evitar” y “ley en virtud de la cual
se producen efectos”, respectivamente, según el Diccionario
de la Lengua Española) en este caso buscadas pero también
por aquello de que disponen de una cualidad, (lo que se ha
dado en llamar “cogido por los testículos”) que, como una
afilada Espada de Damocles colgada por el único pelo de crin
de caballo directamente sobre la cabeza del que hay que
tener a disposición para cualquier asunto que pudiera
interesar, utilizan a fin de conseguir prebendas (no fue así
el caso del sustituto del músico) que les mantienen todas
las prerrogativas e insaciables apetencias que se proponen,
tanto económicas, políticas o sociales. En definitiva: de
todo orden. Así han sabido, con habilidad para engañar o
lograr artificiosamente, los fines de los que, por desgracia
para quienes creen en la bondad y honradez de las personas,
vienen se beneficiándose.
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