Hoy, si el tiempo no lo impide,
tendrá lugar la quema de la caballa con lo que se pondrá
punto final a los carnavales de nuestra tierra. Las “viudas”
acompañarán el cortejo derramando lágrimas y más lágrimas
por ese carnaval que se va y no volverá hasta el próximo
año.
Eso de que volverá el próximo años está por ver. Creo, con
toda sinceridad, que antes, muchos antes, asistiremos a
otros carnavales en los que, precisamente, habrá toda clase
de disfraces con caretas o sin caretas, que engañarán a más
de uno, sobre el personaje que se oculta tras el disfraz.
Habrá disfraces para todos los gustos, corderos disfrazados
de lobos, lobos disfrazados de corderos e incluso, me
atrevería a decir, que habrá hasta quienes se disfracen de
Caperucita Roja, que es un disfraz muy socorrido para la
grey infantil. ¡Será por disfraces!.
Lo que da coraje es que, vaya uno disfrazado y venga un
gracioso, que haberlos haylos y le llame por su nombre, a
pesar de la careta que lleva puesta y con la que, usted,
cree que no lo va a reconocer nadie. Hoy día, ninguno nos
podemos ocultar detrás de una careta o una antifaz, por la
sencilla razón de que nos conocemos todos y sabemos,
perfectamente, del pie que cada uno cojea, por muy bien que
esté hecha la careta o el antifaz de turno.
Por un suponer, usted va por la calle disfrazado como manda
el asunto, ve a una pareja dándose abrazos y más abrazos y,
además los ve de espaldas, no hace falta mirarles a la cara
para saber, según su propia teoría, que se están dando el
abrazo de Vergara. Y de esa clase de abrazos se va usted a
dar una jartá de verlos. Y es que, los disfraces como los
hábitos no hacen al monje. Cada quisqui es lo que es, con
disfraz o sin disfraz.
Es, sin duda alguna, la segunda parte de ese carnaval que
vuelve cada cuatro años y donde las caretas se siguen
manteniendo sin cambiarlas porque, siempre, se mantiene el
mismo disfraz y, además, se siguen gastando las mismas
bromas empleando las mismas frases, para que nada cambie,
para que todo sea igual.
El ataque a las caretas contrarias, esas que no son afines y
muy diferentes a las que otros disfrazados llevan puestas
durante años. Los abrazos de Vergara, las promesas
incumplidas, las colocaciones por el “dedatil” y los
puestecitos a los amiguetes. Desde luego que no faltarán, la
socorrida frase, para atraerse al futuro votante de: “No te
preocupes, por el niño, si salgo y consigo el puesto te
aseguro que tiene una colación. Yo ,tú lo sabe bien, que
para eso eres amigo, no soy como aquel que te prometió la
colocación para el niño y, después, si te vi no me acuerdo”
Pasa el tiempo, sale elegido, el amigo va a verle, para ver
qué es lo que hay de su niño y un día no lo puede recibir,
que venga verme sin falta, mañana. Y así un día y otro día,
hasta que el amigo se aburre y decide no ir más a pedirle lo
que le había prometido. Puro carnaval.
A lo único que puede aspirar ese amigo del otro “amigo”, del
de la promesa de buscarle un puesto al niño que, por
supuesto, ha sido elegido, si alguna vez se lo encuentra, es
a que se haga el loco, mirando hacia otra parte para no
darle la cara. Promesas y mentiras que forman parte de ese
carnaval.
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