Si existe un valor fundamental
para el ser humano, que en nuestra cainita España tiene
trazas de haberse relegado al baúl de los recuerdos, es el
honor. Parece que nadie lo añora o hace alusión a él, al
igual que ha quedado en desuso la palabra “bonhomía” tan
rotunda y celtibérica. Es más, hoy podría ser considerada
hasta sexista por los de la moral de la melindre y del petit
suisse, esos que dicen “jóvenes y jóvenas” en pos a un
igualitarismo tan ñoño y tan cursi que, las propias féminas
que vamos por la vida con la autoestima en su justa medida
con respecto a los varones, abominamos de tamaña distorsión
del idioma.
Por cierto, el honor va en masculino, así que ya podemos
mascar la amenaza de alguna descerebrada que insista en
llamarle “la honora” si quien ha dado muestras de tan rara
cualidad es una mujer. Hablo de honor y de géneros porque ha
partido hacia la luz una jovencita de veintitrés años, Idoia
Rodríguez, soldado de nuestro Ejército “por Dios y por
España” digo y se me llena el paladar como si estuviera
masticando un mantecado, siento plenitud dialéctica ante la
frase que venimos repitiendo desde que, de la Magna Mater de
las grutas de Covadonga surgió un español, don Pelayo, para
revolucionar espíritus dormidos y recuperar la tierra de
Tubal, Gárgoris y Habidis. “Por Dios y por España” he
escuchado los testimonios de los vecinos de esa rubia
soldado (que no soldada, que son dineros para nuestros
tercios de Flandes) y la describen como militar vocacional,
que es infinitamente más que militar profesional.
Será que tengo conceptos añejos del honor en nuestra piel de
toro, en nuestra vieja Iberia y no me cabe en la cabeza el
soldado de fortuna sin más, el que se arrima a algo tan
trascendental como lo es una bandera, por un jornal a secas,
el mismo que podría levantarse poniendo ladrillos en una
obra, aunque poner ladrillos es arduo, buscar la obra y que
te admitan, trabajoso y meterse a soldado con los requisitos
mínimos de lo mínimo debe resultar más socorrido.
Aunque mucho más delicado para la ciudadanía que espera del
Ejército, no tan solo capacidad de respuesta ante una
amenaza externa y mucho menos ser enviados a repartir latas
de leche en las misiones humanitarias, para eso que vayan
las Damas de la Caridad o Cáritas, al Ejército se le pide,
en cualquier país, que defienda la Patria y que acojone a
los malos y que, si es posible, sus hombres y mujeres
presenten la cualidad del honor y del amor a su nación. Y al
que es de esa leche, de “Por Dios y por España” los mandos
le detectan, se le ve venir, exuda disciplina y espíritu
castrense . Tiene ese afán de superación y esa voluntad que
hace que el hombre y la mujer que la poseen lleguen mucho
más lejos que los, tan solo dotados de inteligencia, tiene
esa raza con mayúsculas de una chica como Idoia Rodríguez
que ya poseía todos los carnets y que estaba en Afganistán.
Bregando con los talibanes en esa guerra alargada que podría
acortarse notablemente si se comenzara a actuar con
lanzallamas y helicópteros hasta dejar al asilvestrado país
sin una puta planta de adormidera y si quieren financiarse
que planten brócoli o alcachofas.
¿Una muerte estéril? Nunca lo es la de un soldado español.
Tierra, soldado, muerte…Me hacen recordar aquellos himnos
que cantara mi padre “Y si un día a mi me matan, de la
tierra en que yo muera, brotará como una espiga, roja y
negra, por la pólvora y la sangre mi bandera…” Son otros
tiempos y de la sangre de la niña-soldado brotarán jaramagos
y amapolas en aquellas tierras, no diré dejadas de la mano
de Dios, porque Dios no abandona a sus hijos y , en este
caso, utiliza a nuestros chicos y a nuestras chicas, a
nuestros soldados españoles para sembrar la paz. Y hacerlo
con honor.
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