A Jesús Quintero le han censurado
una entrevista realizada a José María García en su programa,
titulado “La noche de Quintero”. Y desde la 1 de televisión
se ha comunicado que ello se ha producido porque el afamado
periodista más que opinar se dedicó a insultar, a
descalificar y no cesó de atacar a terceras personas. Lo
único que ha permitido TVE es que se conozcan las críticas
vertidas por Supergarcía a Luis Fernández, presidente del
medio, para “evitar dudas” sobre los motivos que han
motivado la censura.
Todas las censuras son lamentables. Pero a JMG lo único que
han hecho es darle a beber de la medicina que él tanto
recetó cuando estaba subido al pináculo de la fama. Cuando
se movía como un dios de las ondas y su corta figura se
pavoneaba por doquier y daba y quitaba razones acordes a sus
intereses.
A JMG había que verlo cuando se presentaba en cualquier acto
y reclamaba toda la atención admirativa por parte de la
concurrencia. Andaba contoneándose y repartiendo bendiciones
a derecha e izquierda, cual si fuera el inventor de la
penicilina. Sólo las personas centradas y carentes de miedos
porque no ostentaban cargos deportivos, se reían a mandíbula
batiente de quien se presentaba en los actos fumando un
purito y pidiendo tratamiento de figura señera del solar
español.
Una noche, del año de 1975, me acuerdo que acudimos a la
inauguración de un local en un barrio cercano al campo de
fútbol del Atlético de Baleares. Y cuando acabó la fiesta,
ya pasada la medianoche, nos invitaron a un club de alterne,
de cierto fuste y donde las normas de buena educación eran
exigibles en todo momento.
Pues bien, en cuanto el gran hombre de la noche traspasó el
umbral de aquel sitio, lo primero que hizo es mostrarse
chabacano con una de las señoritas que atendían a los
clientes, en noche preparada expresamente para que todo
transcurriera por los cauces del disfrute.
Pero El Butanito, crecido en todos los aspectos, se encontró
aquella noche con una chavala, de porte estupendo, que le
respondió colocándole un rejón certero por el hoyo de las
agujas. Mientras a mí me daba la risa y trataba por todos
los medios de disimular la enorme alegría que me había
proporcionado aquella mujer que había decidido pasarse por
la cintura la embestida de aquel periodista, de escasa
planta, pero con un poderío enorme con el micrófono.
En realidad, sería injusto no reconocerle a García su
extraordinaria capacidad de trabajo y su decisiva actuación
cuando decidió narrarnos las peripecias del frustrado golpe
de Estado del indecible Tejero. He aquí, pues, una de sus
intervenciones más celebradas por quienes incluso no
soportaban que hablase tan mal. Pues aún hoy se reconoce que
su oratoria era para echarse a llorar. Mas tampoco conviene
olvidar que El Butano fue más bien un tipo que creó una red
de chivatos con ambiciones desmedidas que luego sufrían sus
delaciones con creces.
Cualquier favor que prestaba, a personas usadas por él, lo
cobraba con intereses de usurero. Y, desde luego, quien
escribe conoce perfectamente cómo solía comportarse cuando
alguien se negaba a cumplir sus caprichos.
Vayamos con una de las anécdotas que tengo vividas con el
personaje. Un día llamó al club entrenado por mí. La
secretaria, la guapa María JoséTurró, me comunicó que el
señor García requería inmediatamente mi presencia en el
teléfono. Estaba yo en otra dependencia de la sede. Acudí a
la llamada y oí como el hombre más poderoso de una España
donde Franco se moría a chorros, me ordenaba que firmara a
Crispi. Le dije que nones. Me amenazó. Y yo lo mandé al
carajo. Sus berridos parecían encastados.
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