Ningún pueblo cree en su gobierno.
A lo sumo, los pueblos están resignados (Octavio Paz).
Resignados, entre otras muchas cuestiones, a padecer las
broncas entre quienes desean mantener el poder a toda costa
y los que aspiran a recuperarlo. Por ello estamos viviendo
ya momentos donde los políticos lucen lenguas viperinas y
aparentan, cuando no es auténtica realidad, querer fusilarse
con las miradas y los gestos.
Ha sido siempre así, desde que echó andar esta democracia
entre nosotros. Y aunque ahora nos parezca que se están
pasando de la raya, convendría pensar en aquel tiempo
tumultuoso que dio origen a la irrupción de Tejero en
el Congreso de los Diputados.
Cierto es que Rodríguez Zapatero ha conseguido
irritar a la Iglesia y a la derecha en grado sumo. Pues no
se recuerda, ni siquiera en los peores tiempos de Felipe
González, que la oposición y sus adeptos estuvieran
dispuestos siempre a salir a la calle para zurrarle la
badana al presidente del gobierno.
Con ZP, y lo hemos escrito ya varias veces, uno no sabe ya a
qué atenerse. Tachado de ingenuo y tenido por criatura
delicada y expuesta a los zarpazos de los buitres
carroñeros, pasó a ser luego un indocumentado y un tipo tan
inconsciente que causaba vergüenza ajena. No faltaron
quienes lo catalogaron de cursi. Un sujeto ridículo por
amanerado. Con quien los barones de su partido se harían
tirabuzones. Y un día nos levantamos y quedamos enterados de
que el inquilino de la Moncloa era un malvado; un tipo que
tenía tripas por estrenar; de esos que no son buenos ni
picao pa albóndigas. Y, además, por ser malvado se le había
acabado la baraca. Vamos, que había perdido esa flor en el
culo de la cual tanto se hablaba. Confieso que nunca antes
había conocido yo a alguien con tantas y tan distintas
condiciones en su haber.
Pues bien, ante un presidente del Gobierno más vapuleado que
la flor del vilano, Mariano Rajoy tiene la oportunidad de
recuperar nuevamente la Moncloa para su partido. Y es que
así se la ponían a Fernando VII.
De modo que la maquinaria del Partido Popular está
funcionando a tope para que en las próximas elecciones
municipales y autonómicas las urnas sean fiel reflejo de que
los populares han recuperado la imagen de alternativa.
Debido a que un triunfo les daría motivos suficientes para
confiar en la victoria de unas generales que están a la
vuelta de la esquina.
En Ceuta, sin embargo, esa táctica le sienta a Juan Vivas
como un sombrero cordobés. Y me explico: Vivas no necesita
que sus partidarios armen mucho revuelo para obtener otro
triunfo sonado. Y es que hablar por hablar, en contra de los
demás partidos, puede ser perjudicial para un PP cuya única
misión es recoger los frutos que produce la actitud de un
mandatario que lleva seis años dando muestras de ser el
mejor que pueda tener esta ciudad.
No obstante, la disciplina de partido se impone, en estos
casos, y la orden de Génova es que no se pierda la menor
ocasión de dañar la imagen del PSOE. Ya sea en materia
antiterrorista, de inmigrantes, o echándole la culpa de la
mala situación por la cual atraviesa el Real Madrid.
De ahí que Juan Vivas, aunque se coma por dentro, deba poner
buena cara cuando senadores y diputado de Ceuta salen
largando contra el delegado del Gobierno y contra los
ministros socialistas. Máxime cuando los populares están
convencidos de que si Mariano Rajoy no es capaz de poner a
ZP fuera de la circulación, con el desgaste diario a que
está siendo sometido, pasará mucho tiempo antes de contar
con otra oportunidad tan favorable. Situación, sin duda, que
puede ser desastrosa para Rajoy. Y, desde luego, para el PP.
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