Leo que Miljan Miljanic, quien
fuera entrenador del Real Madrid, está gravemente enfermo,
debido a problemas cardiacos, y que se teme por su vida. Y
pronto se me viene a la memoria cuando yo tuve la
oportunidad de conocerlo y darme cuenta, de manera
inmediata, que estaba ante un técnico sobresaliente y, desde
luego, con alguien que a las primeras de cambio se ganaba la
simpatía y el respeto de quien conversara con él.
Fue en el campo del Fabra y Coat, un recinto donde jugaba
muchos partidos el Barcelona Atlético de los años setenta,
donde me presentaron a Miljanic. Estaba allí, viendo fútbol
matinal, porque por la tarde el Real Madrid de Camacho, Del
Bosque, Amancio, Günter Netzer, Santillana..., jugaba frente
al Barcelona.
El motivo de la presencia del entrenador del Madrid en la
tribuna del pequeño campo de barriada, se debía a que le
habían recomendado a un portero que iba jugando en el
Mallorca. Y, precisamente, el representante de aquel
guardameta, Juan Pareja, fue quien tuvo el detalle de
presentarnos.
Miljanic, apenas nos estrechamos las manos, pidió a sus
acompañantes que me permitieran sentarme a su vera para
poder preguntarme acerca de ciertos jugadores y, sobre todo,
por el portero del cual le habían hablado muy bien. Puesto
que él estaba enterado de que la temporada anterior, durante
varios meses, yo había estado entrenando al Mallorca. Y
además tenía ya conocimiento de que mi regreso al club se
produciría al final de esa temporada que estaba dando ya las
boqueadas.
Cuando requirió mi opinión sobre el ya reseñado portero, lo
primero que le dije es si quería mi parecer o el que le
habían dado ya quienes ansiaban que el cancerbero fuera
fichado por el Madrid. Mi respuesta le hizo saltar como un
resorte y me respondió, mirándome fijamente con aquellos
ojillos penetrantes y agudos: “Quiero la tuya...”
A lo que yo contesté: pues no sabe usted en el lío que me va
a meter. Campos, que así se llamaba el portero, tuvo una
infeliz actuación. Y ello hizo posible que se le vieran
todos los defectos que yo me conocía de memoria.
Pocos meses después, verano del 75, el Real Madrid jugó el
torneo veraniego de Palma. Y lo primero que hizo Miljanic
fue decirle a los organizadores que deseaba ver al
entrenador del Mallorca. Que era yo. Recuerdo que, mientras
los jugadores madridistas y los del Español hacían
ejercicios de calentamiento en el césped del Luis Sitjar, el
montenegrino charlaba conmigo en la banda.
De pronto, se le ocurrió decirme: “Verás de qué manera
reacciona Netzer a lo que le voy a recordar”. Y allá que
levantó la voz para llamar la atención de Günter y éste, que
estaba peloteando con Sol, se acercó al trote. Y más o menos
le habló así: “Enfrente tendrás a Solsona, que está jugando
maravillosamente, espero que no te dejes avasallar por él”.
El jugador alemán, que era muy alto y que más que botas
parecía calzar alerones de avión, dado que tenía de pie un
47, chapurreó lo siguiente, acompañándose de gestos claros
con las manos: “Lo voy a pasar por alto y no se va a enterar
de que está jugando”.
Y allá que se alejó con su trote cansino a emparejarse otra
vez con Sol, mientras la sonrisa de Miljanic permitía que se
le viese la muela del juicio. El entrenador del Madrid
volvió a dirigirse a mí: Manolo, Günter está motivado y
seguro que Solsona, jugador bueno, de pasecitos cortos y
horizontales, lo va a pasar muy mal.
El Madrid goleó al Español. Y Amancio, ya en su ocaso, hizo
las delicias del público gracias a los pases matemáticos del
jugador alemán. Miljanic, por si algunos no lo saben,
contribuyó a la modernización del fútbol español. Lo
contaremos otro día.
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