Siguiendo el hilo inductor,
puramente pedagógico, que Noam Chomsky traza en su teoría
comunicativa, tendríamos que colegir que la palabra es el
‘interruptor’ de la idea. Que el ejercicio y práctica
comunicativa nace cuando se pretende que los vocablos abran
un universo interior para que culmine en otro. En todo ello
existen procesos paralelos en los que los gestos se suman a
las circunstancias, pero cuyo interés radica en la mera
comunicación. Poner trabas al propio gesto primigenio, es el
preámbulo coercitivo de la expresión.
Mal favor hacen los parlanchines que, cegados por ignorancia
o soberbia, se delatan pretendiendo defender este derecho
humano a expresarse, comunicarse e informarse ocultando tras
falaz verborrea sus espurios intereses particulares. La
manipulación, a la postre, revienta en las manos de quien la
ejerce -a pesar de encontrarse en la exégesis misma de la
información; los ‘abastecedores’ -como los definía el
antropólogo Marvin Harris- venden sus mercancías gracias a
las prebendas que les permite el sistema; quieren hacer de
sus palabra (incluso de su léxico vulgar) escaparate de una
verdad intangible y, por lo tanto, imposible de demostrar:
he ahí el truco de su circo mediático. Se autodenominan
líderes, sacerdotes o profesionales de la escritura para,
así, dar lugar a la duda a través de la utilización del
propio escenario. Así llegamos al modelo crítico que hace de
la información un espectáculo que Guy Debord pronosticaba
hace décadas.
No es terrible la ignorancia por ser ignorante, es mayor
cuando no se cree su propia ignorancia. Llegan tiempos
difíciles para la mesura, el buen hacer y la comunicación
entre seres humanos; los intereses políticos crean
escenarios para la zafiedad utilizando la complicidad de los
medios de comunicación. No obstante, cabe pedir un mínimo de
mesura para todos; los que cercenaron la expresión y ahora
se cobijan en el vigésimo artículo de la Carta Magna
(quienes lejos de habérseles limitado el acceso mediático,
abusan ahora de él dando lecciones de honestidad) y para los
vendedores de ideas partidistas los cuales, abusando de su
legítimo derecho a exponerlas, llenan papeles y papeles de
desmesura y vulgaridad.
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