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OPINIÓN - DOMINGO, 18 DE FEBRERO DE 2007

 
OPINIÓN / EDITORIAL

La palabra, la idea y la comunicación

Siguiendo el hilo inductor, puramente pedagógico, que Noam Chomsky traza en su teoría comunicativa, tendríamos que colegir que la palabra es el ‘interruptor’ de la idea. Que el ejercicio y práctica comunicativa nace cuando se pretende que los vocablos abran un universo interior para que culmine en otro. En todo ello existen procesos paralelos en los que los gestos se suman a las circunstancias, pero cuyo interés radica en la mera comunicación. Poner trabas al propio gesto primigenio, es el preámbulo coercitivo de la expresión.

Mal favor hacen los parlanchines que, cegados por ignorancia o soberbia, se delatan pretendiendo defender este derecho humano a expresarse, comunicarse e informarse ocultando tras falaz verborrea sus espurios intereses particulares. La manipulación, a la postre, revienta en las manos de quien la ejerce -a pesar de encontrarse en la exégesis misma de la información; los ‘abastecedores’ -como los definía el antropólogo Marvin Harris- venden sus mercancías gracias a las prebendas que les permite el sistema; quieren hacer de sus palabra (incluso de su léxico vulgar) escaparate de una verdad intangible y, por lo tanto, imposible de demostrar: he ahí el truco de su circo mediático. Se autodenominan líderes, sacerdotes o profesionales de la escritura para, así, dar lugar a la duda a través de la utilización del propio escenario. Así llegamos al modelo crítico que hace de la información un espectáculo que Guy Debord pronosticaba hace décadas.

No es terrible la ignorancia por ser ignorante, es mayor cuando no se cree su propia ignorancia. Llegan tiempos difíciles para la mesura, el buen hacer y la comunicación entre seres humanos; los intereses políticos crean escenarios para la zafiedad utilizando la complicidad de los medios de comunicación. No obstante, cabe pedir un mínimo de mesura para todos; los que cercenaron la expresión y ahora se cobijan en el vigésimo artículo de la Carta Magna (quienes lejos de habérseles limitado el acceso mediático, abusan ahora de él dando lecciones de honestidad) y para los vendedores de ideas partidistas los cuales, abusando de su legítimo derecho a exponerlas, llenan papeles y papeles de desmesura y vulgaridad.
 

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