Como ya sabía desde el día anterior, había movida en la zona
fronteriza. Los numerosos controles al salir de la redacción
para cruzar el Tarajal en la madrugada del jueves me lo
confirmaron. En la parte española, un retén de jóvenes
guardias civiles ostensiblemente equipados con material
antidisturbios (eran los 0.45 de la madrugada), mientras ya
en el otro lado caras nuevas en los controles (duplicados) y
unas cuantas furgonetas de la DST aparcadas en los arcenes
de la carretera hasta la entrada de Tetuán. Y sin embargo el
único incidente que conozco en el perímetro fronterizo fue
el de finales de enero, cuando un fornido subsahariano,
equipado con una estaca y una enorme escalera, burló la
vigilancia llegando hasta la valla donde intentó saltar
hacia Ceuta, ciudad querida. Muy desesperado tenía que estar
el hombre. Ése si que le echó pelos y huevos al asunto, no
como algunos que yo me sé. Total, que a base de pelotazos de
goma desde aquí y tirones desde allá, el individuo fue
capturado y reconducido.
Pensaba yo en eso por la mañana mientras me desayunaba, vía
internet, con las noticias venidas de la corruptísima y
fanatizada República Islámica de Mauritania (ahí al lado,
frente a Canarias), así la defino porque la conozco.
Envalentonada con una política de relaciones exteriores
española caótica, errática y tercermundista, los caraduras
de Nouakchott extorsionan al ministerio del Interior que se
presta a financiarles con 600.000 euros del ala. Mientras,
las autoridades españolas son incapaces de asegurar unas
mínimas condiciones laborales a los 80 miembros de la
Policía Nacional desplazados a ese idílico país, que deben
pasar tres noches a la intemperie, comprar la comida a
vendedores ambulantes y aliviar el vientre a campo abierto,
como los animales. Muchas cosas no funcionan en este país y
alguien debería empezar a responsabilizarse del desaguisado.
Lo siento por Don Juan Carlos, pero el régimen español se va
pareciendo cada vez más (hasta que se declare la próxima
república) a una ¿monarquía bananera?
Más tarde y haciendo lo que me gusta, perrear por ahí y
tomar el aire, me encuentro por las calles de la Blanca
Paloma a un grupito de conocidos. Tras los besos (en la
cara, ¿eh?, que uno es muy casto) y abrazos (la cultura mora
es detallista y cariñosa), me preguntan sobre qué pueden
hacer para ir a España. ¿Y eso? -les contesto-. “Mira amigo
–se explican-, político Caldera dise que hasen falta 200.000
emigrantes nuevos para trabajar”. ¡Ah!, ya me doy cuenta:
¡el imparable efecto llamada!
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