En los últimos días no hay
telediario que se precie donde no aparezcan noticias sobre
las pasarelas de la moda y los consiguientes comentarios
sobre las modelos a quienes se exige un índice de masa
corporal de 18, con imágenes de bellas señoritas pesándose y
tallándose. No obstante, ese índice sigue haciendo de las
jóvenes modelos chicas filiformes, pero sin el espectáculo
lamentable de pobres niñas escuálidas, artificiosamente
enflaquecidas y de talla 34 para 1’ 80 de estatura. “Modelos
enfermas” las denominan y resaltan el pésimo efecto
imitación que pueden tener para las adolescentes, con el
fantasma de la anorexia y de la bulimia sobrevolando mentes
juveniles.
“Trastornos alimentarios” los llaman y casi siempre se
refieren a ellos circunscribiéndolos a edades tempranas,
aunque también se está dando la enfermedad en edades adultas
y daré mi testimonio, como la modelo Nieves Alvarez que
escribió el libro “Yo vencí a la anorexia”Pues bien, yo no
la he vencido y tengo “el problema” aunque controlado e
identificado, estudiado y meditado, a mí no me sobrevino por
ansias de ser top model, sino porque, mi sesera se agotó, se
me cansó el cerebro, se puso en plan nihilista y ordenó a
mis mandíbulas que no masticaran y yo no podía masticar.
Hasta que me hartaron de antidepresivos tricíclicos y
entonces lo mastiqué todo a la vez, hasta que noté que me
iba chico el traje de los juicios y, no es que recayera,
sino que comencé a controlar las crisis de nocilla con
cuchara y bolsas de patatas fritas, a racionalizar y a
tratar de vocalizar eso de “tengo “el” problema” cuando lo
vocalizas te empiezas a curar. Y muchas jóvenes modelos
tienen “el” problema, aunque lo asqueroso y rechazable es
que traten de convencernos de que, un escuálido y
enflaquecido saco de huesos y cartílago luce como “nadie”
las creaciones de los modistos.
Dicen que, las anoréxicas quieren (o queremos) ser ángeles
absolutamente andróginos, pero entonces hay que alargarse a
nuestras representaciones pictóricas religiosas a lo largo
de los siglos. Servidora, para eso, ha sido afortunada
porque he tenido el privilegio de ver pintar románico sobre
tabla y con pintura al agua fabricada con pigmentos
naturales y pátina de clara de huevo a mi anciano esposo el
pintor. También me he extasiado ante el gótico y sus sombras
de alas alargadas, algunas irisadas como las de los pavos
reales, absolutamente místicas. Pero ni en la pintura gótica
ni en la románica he visto a ángeles, serafines, querubines
o arcángeles huesudos ni con aspecto de haber pasado por una
hambruna, de puro encanijamiento. ¡Y no digamos las
expresiones renacentistas! Carnezuelas sonrosadas y aspecto
orondo sin caer en los excesos de hoyuelos del maestro
Rubens. La anorexia no fabrica ángeles sino espectros
descarnados que nunca pueden ser modelo ni referencia para
gente que esté mentalmente equilibrada. Sin que ello suponga
un ataque al desequilibrio, del que soy un claro exponente,
pero, si el desequilibrio se desmenuza, se estudia, se
observa con minuciosidad, se piden libros científicos para
hincar los codos, se indaga en el mágico universo de los
neurotransmisores, es decir, si se aprende a controlarlo, se
puede sobrevivir con él, con ayuda química, pero se vive.
Pasarelas… Cuantas jornadas a régimen de agua y manzana
esconde su nombre. Pero ¿Quién establece los parámetros Dita
Von Teese, el ángel de la burlesque, absolutamente mágica o
una adolescente huesuda y casi transparente en plan
“espíritu de la golosina”? Se lo digo yo: os parámetros los
establecen el psiquiatra y el nutricionista cuando dicen
“Tienes el problema” y entonces es que lo tienes y hay que
empezar a luchar.
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