Febrerillo el loco se nos ha echado encima casi sin molestar
y casi sin darnos cuenta -la mayoría de los mortales
ceutíes- de que este es el mes de las coplillas, de los
disfraces... de la época que la tradición llama de doña
Cuaresma y don Carnal. Y ha llegado casi sin hacer ruido
salvo los ecos que llegan de interesados descerebrados que
pretenden sacar de contexto lo que significa en sí mismo el
carnaval.
Dicen los entendidos que “esto es carnaval”. O sea, hablan
los que saben de esto que durante este mes la sorna, la
gracia, el salero, la crítica ácida y la amable concitan
voluntades de quienes se atreven no sólo a disfrutar de
estas fiestas sino de los que buscan entretener y hacer
participar a los demás del ingenio y la mordacidad; de lo
serio y de lo humorístico, que se presupone brota a
borbotones en esta época del año.
En Ceuta, esa ciudad en la que todos nos caemos muy bien,
pueblo en el que la crítica por la espalda es una práctica
‘inusual’ y donde los pecados capitales están no sólo
superados sino que no existen, el carnaval se tiñe de unidad
entre carnavaleros; se ennoblece el arte de la defensa de la
libre expresión ya sea esta más o menos inteligente, se base
ésta en un mayor o menor ingenio o se vuelva ésta en más
intelectual o en más soez... que de todo hay. Exactamente,
como dirían los carnavaleros defensores del espíritu de la
fiesta, el carnaval es un reflejo de la propia sociedad que
expresa de muchos modos los sentimientos o las sensaciones.
Últimamente, parece que el carnaval es sólo el concurso de
agrupaciones y, desgraciadamente, para destrozo moral de
quienes nos sentimos orgullosos de las tradiciones que
siempre se mantuvieron vivas en esta nuestra tierra, vamos
convirtiendo -por acción o por omisión- a esta fiesta en un
teatrillo donde algunos participan disfrazándose y tomando
parte de ese concurso cada vez más gaditano, mientras que la
mayoría mira, oye y... asiente en silencio o critica en alto
(que esto se lleva más ahora dado que los que se atreven a
disfrazarse son los menos).
En definitiva, que después de recuperar la expresión más
popular de Ceuta allá en los inicios de los 80 tras la
negativa censura franquista; con el trabajo árduo de los
pioneros del nuevo carnaval que lo reintrodujeron en la
sociedad como algo propio e intrínseco de Ceuta, la cosa
empieza a decaer en virtud de la estupidez humana que
también existe desgraciadamente.
Pasa como lo del grupo de vecinos de Tenerife que lograron
del juez una orden destinada a evitar ruidos en la calle.
Gran ejemplo de esa estupidez que judicializó lo que en
Carnaval debe quedarse sólo en el mero ámbito del carnaval.
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