Me llama para recomendarme un
libro. Seguro que te va gustar, me dice. Y lo creo. Pues es
lector de altos vuelos. Y nos ponemos a conversar acerca de
lo poco que se lee por culpa de la televisión. Te habrás
fijado, además, que en cuanto te pronuncias al respecto, ya
hay alguien preparado para decir de ti que hablas como un
pedante. Le respondo que acierta con su comentario. Pero que
a mí me importa un bledo lo que digan quienes cada día están
más convencidos de que entrar en una librería es exponerse a
que el librero les muerda.
Cuando toca despedirnos, mi interlocutor me pregunta en qué
voy a emplear mi tiempo el fin de semana. Pues su telefonazo
se ha producido en tarde sabatina y en la televisión está
jugándose un partido de tenis correspondiente a la Copa
Davis: el doble entre Suiza y España. Un partido al que he
accedido en su tramo final y cuyo último set tiene trazas de
no acabarse nunca. De momento, quiero ver ganar a los
tenistas españoles en Suiza. Luego, tengo previsto
apasionarme durante media hora con el partido de baloncesto
entre el Tau y Real Madrid. No puedo asistir a todo el
encuentro porque a las ocho juega el Real Madrid en San
Sebastián. Y allá que me voy a fin de comprobar si en Anoeta
se produce el tan deseado, por la prensa, descalabro
madridista. De manera que sirva para que destituyan a
Fabio Capello.
Mi conocido, no puede aguantarse más y me recuerda que se
empieza así y se termina viendo hasta los programas basuras.
Le contesto que nunca será mi caso. Pues a mí, lo mismo que
me encanta que las gentes encuentren satisfacciones plenas
acordes con sus orientaciones sexuales, sea cuales fueren,
me desagrada que las vayan contando en ese patio de vecinos
que son las televisiones. Tras despedirnos, eso sí,
volviendo a hablar de libros, espero pacientemente que los
acontecimientos deportivos me hagan pasar un sábado
entretenido.
De momento, Verdasco y Feliciano López me
dejan con el sabor agradable de la victoria. Al Madrid de
baloncesto lo dejo perdiendo frente al equipo vitoriano. Y
en Anoeta, cuando apenas ha comenzado el balón a rodar, me
doy cuenta, una vez más, de que las retransmisiones de
fútbol se han convertido también en programas basuras. Y es
que los locutores deportivos, que se salve el que pueda, se
comportan con una parcialidad rayana en la desvergüenza. En
ocasiones, pienso que semejante conducta pueda ser debida al
desconocimiento. Mas pronto desecho esa idea. Porque poco
después son capaces de airear los fallos de otros jugadores
que no sean sus preferidos.
Hay en los partidos televisados al Madrid, por PPV, un tal
Emilio G. Carrasco, que ejerce como narrador, cuya
obsesión radica en decirnos si Casillas está bien
vestido, si suspira, si se lamenta, si sufre... Y que
aprovecha cualquier motivo para dirigirse al glosador que
tiene a su vera, Emilio Amavisca, con ánimos de que
éste exalte la figura del portero a cada paso. Y entre los
dos se montan su repertorio adecuado a contarnos las gestas
del guardameta internacional.
De no ser porque ambos no han dado motivos para creer que
han salido del armario, uno juraría que están colados por la
figura de un muchacho que más bien parece tenor. El gol de
la Real Sociedad es merecedor de que ese portero pierda la
titularidad. Puesto que no es la primera vez que atropella
la razón en el juego aéreo y demuestra que sus golpeos de
balón con los pies producen que los rivales dominen la
parcela central del campo. Ante tamaño desastre, los dos
locutores nos hablaron del efecto del balón; del viento, y
de los fallos de Bravo: guardameta local. Que sí
estuvo fatal. Tan mal como Casillas. Pero éste, en esta
España de programas basuras, goza de inmunidad. ¡Ay, el
dinero que reparten las marcas deportivas!…
|