Fernando Marín López, subdelegado
del Gobierno, antes de que los socialistas ganaran sus
primeras elecciones generales, tenía asumido que en esta
ciudad los hábitos establecidos solían amargarle la vida. Y
en cuanto podía, se desahogaba con quien fuera merecedor de
su confianza y quisiera oírle.
Decía aquel hombre, de quien comprobé que nunca estuvo bien
visto por cuantos gustaban de hacer su santa voluntad, que
le repateaba cómo llegaban a él ciertos empresarios
procurando convencerlo de que se olvidara de las leyes en
beneficio de ellos. Contaba el tal Marín López, las muchas
enemistades que se había creado por mostrarse inflexible
ante peticiones imposibles de conceder. Y remataba su faena
así: “En Ceuta no se puede aplicar la ley a rajatabla.
Tampoco es que se viva al margen de ella. Aunque si se
combate la costumbre..., surgen los roces”.
Han transcurrido más de dos décadas desde que aquel
subdelegado puso el dedo en la llaga. Pues bien, a pesar de
ello y cambiando lo que haya que cambiar, tengo la impresión
de que sigue primando el chalaneo, las influencias, las
palmadas en la espalda... Y, sobre todo, el que algunos
empresarios crean que los despachos de las autoridades han
de estar abiertos siempre para sacar provecho de sus
visitas.
Yo me imagino que Jenaro García Arreciado, delegado del
Gobierno, habrá tomado las debidas precauciones para
mantener a raya a los expertos en el menester ya aludido. De
no ser así, bien haría el buen político onubense, en
tomarlas cuanto antes mejor. A fin de que luego no salgan
diciendo que le han cogido el pan debajo del brazo. Porque
tales sujetos suelen comportarse de la siguiente manera:
cuando no logran sus objetivos, procuran por todos los
medios poner al delegado como chupa de dómine. Campaña de
descrédito incluida. Y si acaso salen de la entrevista
satisfechos, no dudan en jactarse de que le han ganado la
voluntad.
Traigo esto a colación, porque vengo comprobando que el
propietario de un periódico local, sigue pasándose la ley
por el forro de los cojones. Me explico: llevaba meses
canjeando cupones por billetes de pasajeros y coches,
correspondientes a la naviera Buquebús, en un local de su
propiedad y ninguneando a las agencias de viajes. Hasta que
éstas, hartas de perder dinero, acudieron a la Confederación
de Empresarios a protestar enérgicamente. Allí les dieron la
razón y les pidieron que no denunciaran el hecho. Y los
empresarios aceptaron. Eso sí: reconocieron por medio de una
misiva la ayuda que les había prestado la persona que dio la
cara por ellos. Lo cual no es óbice para que el delegado del
Gobierno, el capitán de la Marina Mercante y hasta el
Inspector de Trabajo, estén cumpliendo con sus obligaciones;
es decir, tramitando los expedientes relativos a las
funciones de cada cual y enviándolos a los sitios debidos.
De no ser así, estarían haciendo dejación de sus funciones y
podríamos atrevernos a escribir que han sido tomados por el
pito del sereno.
Pero hay más: el propietario de ese periódico, no sé si
conchabado con la naviera, no sólo canjeó cupones por
billetes en sitio prohibido, sino que engañó al personal
ofreciéndole una sala de embarque inexistente en ese barco.
Y por si no fuera bastante, semejante trola, ahora se dedica
a vender periódicos catalogados de sobrantes cuando en
realidad son nuevas tiradas.
Pues bien, he aquí la prueba evidente de cuanto denunciaba
López Marín en 1982. Lo que nos falta saber es si, en el
2007, las autoridades cumplen con sus obligaciones o
temerosas de ser puestas en la picota, se acoquinan y
permiten que algunos campen por sus respetos. Sobre todo si
tienen medios de comunicación.
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