¡¡¡Se hizo la luz!!! Las
carnestolendas del 2007 iluminaron la ciudad para avisar de
su llegada pavorosa y dislocada. Don Carnal, haciendo
arrumacos consentidos a doña Cuaresma -que tendrá que llegar
para constreñir las habilidades más divertidas de los seres
humanos justo inmediatamente-, abrirá calles y espacios para
lo lujurioso de la palabra, apenas sensible de las
limitaciones que quieren imponer aquellos que no consienten
una visión de lo cotidiano sutil a través de la ironía.
Ceuta, prácticamente, pulula por el devenir de lo sarcástico
(mayor y mejor seña de identidad del Carnaval) haciendo
risas de lo pretendidamente importante, y pone con estas
fiestas careta jocosa a lo que políticamente se muestra como
indispensable.
En los anales carnavaleros -quizás mayores en otras tierras-
se encuentra como estulticia lo que antes se había figurado
como indispensable, y procesa la ciudadanía el libre
albedrío de la satisfacción y la risa que permite al corazón
latir más afablemente.
Los Carnavales se han iluminado, o han iluminado la ciudad y
a sus ciudadanos, para mirar tras la oreja aquello de
irrisorio que llevamos dentro. Castigados en los albores de
la última inquisición (aquí alumbrada por los ramalazos
fascistas de una Europa decadente que hizo de España su
campo de batalla anterior a la contienda mundial) por poco
permisivos censuradores; ha vuelto como gracia para reír y
pasarlo bien y criticar en pleno uso del artículo 20 de la
Constitución de esta España jocosa por antonomasia.
Carnal pasea, con descaro, su proceder impío (casi vulgar) y
pernicioso, porque en este tiempo -antaño dedicado al
advenimiento de la primavera- entra de llano en los
requisitos del ‘pasárselo bien’-; quizás habrá que agradecer
a otros pueblos más atrevidos y animados con la fiesta el
llegar a este jolgorio del poder decir lo que se piensa.
No se repriman, canten por las calles cuanto les gusta y no
les agrada para que la ciudadanía sea consciente de ello; el
Carnaval llega con su sello de libertad.
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