Esto de los calentones es un mal
poema. El de la tierra parece que es algo irreversible. O
sea, que hagamos lo que hagamos a los humanos, ni el planeta
nos soporta. Hemos lanzado muchos gases endemoniados a las
metáforas y la vida que, al fin y al cabo, es un poema para
paladearlo, está que no puede más.
Tiene todas las alergias habidas y por haber. Esta incivil e
incivilizada era industrial se ha tragado el alma de la
existencia. No hay informes que valgan, ni leyes que hagan
justicia. Si se tienen, pero no se aplican.
Los baños de contaminación que soportamos dejan sin lenguaje
poético a la naturaleza, tanto a la sideral como a la
humana. Si no hay poesía, la estética se muere y el calor se
aviva porque no tiene horizonte que le calme. Cuando se
sobrepasan todas las líneas, por ejemplo la del verso y la
palabra, vamos a la deriva.
El hábitat nos viene alertando con sus golpes de calor y
pocos mantos blancos, algo que necesitamos para limpiar los
labios ennegrecidos por las heladas de los humos que nos
diluvian hasta en los oídos.
El presidente del IPCC, Rajendra Pachauri, tras admitir que
la certidumbre científica nunca puede ser total, insistió en
que “ahora estamos mucho más seguros de la influencia humana
en el cambio climático”; un cambio ya previsto por Melchor
Gaspar de Jovellanos cuando dijo: “Amigo mío, la Naturaleza
ha dado a cada hombre un estilo, como una fisonomía y un
carácter.
El hombre puede cultivarla, pulirla, mejorarla, pero
cambiarla, no”. Es cierto, hemos perdido todas las
cuestiones ecológicas y ganado, en cambio, todas las
impurezas.
Algunas veces por capricho, otras por locura, y siempre por
querer ser el dios que todo lo puede.
Lo sensato serían las buenas relaciones. La relación entre
el ser humano y el medio ambiente salta a la vista, debe ser
de buenos modos y mejores modales para que la belleza
espigue que es lo que, en realidad, nos da vida.
La época moderna ha experimentado una capacidad tan
destructora y destructiva que causa pánico hasta
reconocerlo.
El ambiente como negocio ha puesto en peligro el ambiente
como vida. Se han roto todos los equilibrios, incluida la
espiritualidad del silencio, y esto es un mal augurio. De
tanto querer poder sobre la naturaleza, se han podado todos
los esquejes rítmicos. Sólo ha interesado en las sociedades
capitalistas, la explotación desenfrenada de una naturaleza
que ya no puede más.
Por ello, se me ocurre, que la humanidad de hoy, sólo tiene
una solución, conjugar las capacidades científicas con las
capacidades poéticas y la dimensión productiva con la
dimensión ética.
Cuando el ambiente pierde los ritmos del aire y las rimas
del cielo, no hay belleza que aguante la estupidez.
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