No es mi costumbre permanecer ante
el televisor ni un minuto más de las once de la noche, salvo
muy raras ocasiones. Lo hago principalmente cuando juega el
Madrid en hora intempestiva y a pesar de los petardos que
viene pegando. Y es que mi madridismo se forjó en la niñez y
a estas alturas uno no está ya para apasionarse con otros
colores que no sean ese blanco inmaculado, por más que
Guti y compañía se empeñen en querer demostrarme lo
contrario.
Si bien es verdad que, desde hace varias semanas, cada
martes mis parpados resisten las acometidas del sueño por mi
deseo de ver Madrid Opina. Un programa de debate,
presentado por Ernesto Sáenz de Buruaga, y al cual me
referí fechas atrás.
Por cierto, los socialistas han decidido no pisar el plató
de Telemadrid porque dicen que el reseñado programa carece
de pluralidad y tiene como norma ensañarse con José Luis
Rodríguez Zapatero. Mentiría si no dijera que los
contertulios son más proclives a zurrarle la badana al
Gobierno. Pero nunca hasta el extremo, por poner un ejemplo,
de lo que sucede en El Gato al agua. Un debate emitido por
Intereconomía TV, y que he dejado de ver por su parcialidad
manifiesta.
El martes pasado, lo que sí pude comprobar en Madrid
Opina, es la tensión que se está viviendo en España.
Acierta Pepe Oneto cuando dice que está dividida la
Iglesia, la judicatura, las asociaciones de víctimas del
terrorismo, los sindicatos, la opinión pública... Y mientras
ello sucede, y los políticos hacen uso y abuso de la
virulencia verbal, ETA se descojona de risa ante el
espectáculo que se está dando.
España, pues, convertida en casa de tócame Roque, impide que
los políticos se pongan de acuerdo en cómo afrontar los
desafíos de la banda criminal y, desde luego, el modo de
acabar, de un vez por todas, con las ambiciones desmedidas
de unos partidos nacionalistas que aprietan, sin solución de
continuidad, el dogal con que se dejó atar ZP.
Pues bien, a lo que iba... El debate de Madrid Opina
reflejaba perfectamente la crispación que se está viviendo
en una España que vuelve a las andadas: a dividirse porque
los españoles parece ser que no hemos escarmentado de los
dramas vividos en guerras inciviles. Perdimos el tren de la
modernidad, en el siglo XIX, metidos en luchas intestinas, y
así llegamos al XX dispuestos a matarnos a la menor de
cambio. Y lo conseguimos sobradamente.
El mejor ejemplo de lo que ocurre, actualmente, lo vi
durante el debate de marras. En un momento determinado,
Jorge Verstrynge se levantó con ánimos de taparle la
boca a Ignacio Villas: director de los informativos
de la Cope. Y a punto estuvo de armarse la de Dios es
Cristo. Y es que el tal Villa, patriotero santurrón, es
capaz de agotar la paciencia de quienes discuten con él.
Nada que ver lo de Villa con las maneras que exhibe
Amando de Miguel, sociólogo, por más que éste colabore
en la Cope y escriba en Libertad Digital. Da gusto oírle
opinar y razonar de cuanto acontece en esta España donde
impera el desorden y la gente está descentrada.
Pepe Oneto y Eduardo Sotillo, también contertulios en
Madrid Opina, exponían sus opiniones con argumentos y sin
salirse de madre. Mas la actitud del tal Villa, y su manera
de comportarse, me producía miedo. Ese miedo que uno
vislumbra en las personas cuyas ideas convierten en dogmas.
Y los dogmáticos, axioma, acaban en fanáticos. Menudo
peligro.
En esta ciudad, conviene cuanto antes que la moderación
impere en todos los aspectos. Y mal harían los políticos en
decir barbaridades para conseguir votos. Y la razón es bien
sencilla: no está el horno para bollos.
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