Es todavía muy temprano. Acaba de llamarme Elvira, Viri, con
la sequedad ronca que queda en la garganta cuando han
brotado lágrimas que humedecen, inútilmente, donde no hace
falta. Para eso no es temprano. Ni para ir de viaje. Preparo
un bolso de urgencia sin las cosas imprescindibles: es lo
que pasa cuando se está aturdido, que se compila el conjunto
de supervivencia como si fuera esencial, cuando lo cierto es
que se puede sobrevivir sin cepillo de dientes o sin
horquillas para el pelo, pero con dificultad (las noticias
de cada día me dan la razón) se sale adelante sin la poesía.
En la guantera del coche se arrugaba la última que no llegué
a mandarte encerrada en el último sobre que irá a tu nombre.
Ahí sigue, con el último beso que le di al aire para que el
aire te lo diera y para que te lo quedaras, salino,
vivificante, con la fragancia de tu tierra caballa, esta que
amaste y de la que te enorgulleciste.
Ni siquiera es temprano para adquirir billetes. Sólo es
temprano para morir. Tal vez ni para morir tú… sólo para
presenciarlo yo.
Cuando llegué al Tanatorio le dije a Tete que habías tenido
una vida plena. Y tanto. Hasta hubiésemos podido llorar de
envidia si no fuera porque te la merecías. Más de ochenta
años, más de ochenta libros. Diez hijos. Y amigos… ¿Cuántos
amigos, Luis?... Con los que estudiaste, (Delibes), con los
que frecuentaste las tertulias del Café Gijón, (Gerardo
Diego), con los que firmaste tus versos en Espadaña,
aquellos a los que acogiste en tu casa, en Castilla, en
Madrid, los del Ateneo, los de la AEAE, los que te
acompañaron cuando la viudez asoló tus noches y tus viajes,
los que ya fallecieron… y los que hoy, tristes y
emocionados, inseguros sin la majestad de tu presencia llena
y arrolladora, guardamos un sincero luto en nuestros versos,
en nuestras charlas, en nuestro presente.
¿Qué va a ser ahora de nosotros? Parecía que ibas a recitar
eternamente, que el sonido de tu voz, declamatorio,
presidiría, imperecedero, desde tu sillón.
Yo ya te conocí en ese sillón. ¿Tan poco tiempo ha pasado?
Estabas más ágil, más móvil, pero igual de fresco, con la
mente muy rápida, con la memoria al ciento por ciento. Eso
era calidad. Calidad de compañía, calidad de escuela,
calidad de conocimiento. Te sabías todo lo antiguo,
dominabas todo lo clásico y perseguías todo lo nuevo.
Nunca hubo mayor grandeza para un hombre. Conquistar y luego
apoltronarse es frecuente. Llegar y creer que se ha llegado…
lo hace cualquiera. Pero buscar, indagar, recibir lo
innovador como si la meta no existiera o no fuera más que el
espejismo de continuar hacia delante, de crecer, de la
exploración, de enriquecerse sin descanso, es la base de la
tolerancia, es la seña de identidad del inconformismo, es la
característica de la juventud.
Por eso siempre te vi tan joven. Poca gente hay tan joven
como tú, tan abierta a las tendencias, tan poeta.
Tú, Juglar de Fontiveros, juglar y trovador, con tu juego de
elección y selección de la palabra exacta (así te gustaba
definir la poesía), cultivado y cultivador, que tanto
valorabas la sorpresa, decir lo que no estaba dicho (decirlo
como no se había dicho aún), te has ido así, tan de golpe,
para sorprendernos a todos, de nuevo, con tu sonrisa dulce y
la complacencia de averiguar ‘Lo que piensan los pájaros’,
caminando inmenso por el Parnaso.
Y yo, cuando llegue a mi casa y abra el buzón, apretaré
contra mis dedos el último envío con tu último libro, que
tan atento, afanoso y trabajador, has tenido la deferencia
de hacer.
Supongo que no seré capaz de abrirlo y que lo dejaré estar
en la consola, para sentirte cerca, como si acabaras de
echarlo al correo. O como si yo acabara de recibirlo.
Gracias por tu hospitalidad, por tu fe, por tu prólogo, por
tu apoyo. Gracias por los sonetos, por las rimas, por las
anécdotas. Gracias por los recuerdos, por los amigos.
Gracias por tu vida.
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